1872, mármol, 43 x 216 x 72 cm, inscripciones: «AGAPITO / VALLMITJANA / ESPAÑA BARCELONA 1872» [E815].
La figura de Cristo descansa sobre un sudario, que cubre en parte el cuerpo con la rigidez propia de la muerte, con las rodillas ligeramente levantadas y el tórax hinchado, aunque desprende una delicadeza plácida, como si encerrase un dolor humano, que invita más a una compasión emocional que a un dolor desgarrado. Esta pieza fue enviada a la Exposición Universal de Viena de 1873, antes de su presentación pública en España, que tuvo lugar en la Nacional de 1876. Entonces, el jurado consideró que era la «obra más elevada en mérito artístico» de cuantas se presentaron, aunque solo le fue concedida medalla de segunda clase, a causa de algunas adversativas de carácter iconográfico, según recoge Reyero (2002): «Carece del tipo verdadero de Jesús, según las tradiciones que hoy se tienen, pues su rostro, cabeza y forma del cuerpo debieran ser más graves y distinguidas». El acta del jurado lamenta que se parezca más al Cristo de La Pietà, de Miguel Ángel, en el Vaticano, que al del italiano Giovanni Dupré de 1862 (Cementerio de la Misericordia de Siena), que había recibido los mayores elogios en la Universal de París de 1867 y constituía una referencia formal inexcusable. En efecto, en ambos casos, su naturalismo de origen helenístico produce una emoción sensorial más que espiritual en una síntesis entre las tradiciones antiguas y el sentimiento religioso moderno, que revela su conexión con toda una sensibilidad internacional de raíces románticas. Las primeras críticas no traducen una completa satisfacción. Rouget alabó su «factura esmerada», pero exigió más realismo: si la figura muerta «revela esa robustez tan excepcional, ¿cómo no le hubiera representado el Sr. Vallmitjana antes que pasara por las amarguras y sufrimientos morales y físicos que comporta el tremendo drama que se llama la Pasión?». Desde otros presupuestos estéticos, García Cadena cree que «no ha conseguido reflejar a la divinidad; no ha puesto en su obra ese algo sobrehumano que ha hecho inmortales las rarísimas creaciones sublimes de este género», y considera que únicamente ha conseguido reproducir bien un modelo. Granés y Vallejo le dedicó estos versos: «Tu Cristo yacente, hermoso, / es de escultura modelo, / pero... (seré escrupuloso), / Me parece que aquel pelo / no es bastante... religioso». No obstante, se convirtió en seguida en una de las obras más unánimemente admiradas de la escultura española del siglo XIX, pues junto a la extraordinaria habilidad técnica que demuestra, ha conservado una profunda capacidad para emocionar, más allá de las coordenadas estéticas y religiosas del siglo en que se produjo. Agapito Vallmitjana recurrió a un modelo similar para la tumba del marqués de Comillas, en la capilla-panteón de la homónima localidad cántabra donde este prócer fue enterrado.