Alegoría de la Justicia y la Paz
1753 - 1754. Óleo sobre lienzo, 216 x 325 cm. Sala 021En esta alegoría, firmada en la columna que aparece tumbada en el suelo en el centro, dos mujeres vestidas a la romana y sentadas sobre nubes que representan la Justicia y la Paz se abrazan y acercan sus rostros en actitud de besarse, motivo pictórico a través del cual se pudo expresar una paz política o, como aquí, aludir a la política pacífica que caracterizó el reinado de Fernando VI, para quien este cuadro fue pintado. Se relaciona también con el Salmo 85, en el que se anuncia la Paz eterna entre Dios y los hombres, o la Salvación, y que implica la advertencia de que se consolide la paz también en la tierra: El amor y la lealtad, la paz y la justicia, sellarán su encuentro con un beso. La lealtad brotará de la tierra, y la justicia se asomará desde el cielo; Dios nos dará bienestar, nuestra tierra dará buenas cosechas, y la justicia, como mensajera, anunciará la llegada de Dios.
La Justicia lleva corona y cetro, como manifiesto de su máxima autoridad. Aparece, además, inspirada por la Justicia Divina, simbolizada por la paloma blanca del Espíritu Santo. Se incluyen también sus atributos habituales que aluden a sus características más esenciales, como el avestruz, alusivo a la equidad por la simetría y conformidad de sus plumas, las fasces y la columna a sus pies, que simbolizan la severidad y la fortitud, mientras la espada se refiere a la separación del Bien y del Mal, identificados a través de la balanza, también representada en el suelo. La Justicia ha cumplido con su deber y vencido a la Discordia o la Guerra, la figura tumbada en el suelo y rodeada de los elementos de una armadura. Hacia esta desgraciada figura, un Cupido, dirige una de sus flechas, que se guardan en un estuche, símbolo de la Concordia. Le apoyan otros dos angelitos que avivan con un fuelle, delante de un templo de la Paz, el fuego que serviría para quemar la armadura.
La figura de la Paz con el ramo de oliva trasmite la idea de que la paz es el efecto de la justicia y resulta en bienestar, simbolizado por el cuerno de la abundancia a sus pies, y por el trigo y los frutos del árbol de la derecha recolectados por angelitos. A través del cordero y el león, símbolos de la mansedumbre y la fortaleza, se expresa también el anuncio de la llegada de Dios referido en el Salmo citado más arriba, pues aluden a Cristo como León de Judea y Cordero de Dios, que abre en el Apocalipsis de san Juan el Libro de los siete sellos, iniciando así el Juicio Final y estableciendo el Paraíso. A través de esta mezcla de una alegoría profana con referencias religiosas se ennoblece el reinado de Fernando VI, al compararlo con el Reino de Dios.
Un boceto preparatorio de esta composición se conserva en el Indianapolis Museum of Art y una réplica con variantes en la Real Academia de San Fernando, destinada a su Sala de Juntas.
Corrado Giaquinto, el representante principal del Rococó romano de la primera mitad del siglo XVIII, con una decidida influencia en los artistas españoles del mismo siglo, como Antonio González Velázquez (1723-1794) o Mariano Salvador Maella (1739-1819), había empezado a trabajar desde Roma para la corte de Madrid en 1740 supervisando a los estudiantes españoles pensionados en la Academia de San Lucas. En 1753, tres años después de haber pintado el fresco principal en la iglesia romana de la Santa Trinità degli Spagnoli, Fernando VI (r. 1746-59) lo llamó a Madrid como primer pintor de cámara para dirigir y ejecutar las decoraciones del Palacio Real y de los demás palacios de la corte. En 1762 Giaquinto se retiró a Nápoles por motivos de salud, siendo sustituido por Antón Rafael Mengs y Giambattista Tiepolo, aquel nombrado primer pintor de cámara a la muerte de Giaquinto (Texto extractado de Maurer, G. en: Italian Masterpieces. From Spain`s Royal Court, Museo del Prado, 2014, p. 240).