El pintor Antonio González Velázquez
1785 - 1788. Óleo sobre lienzo, 87 x 68,5 cm. No expuestoHijo del escultor Pablo González Velázquez y de doña Ana Vixet, Antonio González Velázquez (1723-1794) casó en primeras nupcias con doña María Machado, natural de Madrid, con la que tuvo dos niñas, Lorenza y María, de las cuales la segunda se casaría con el pintor Mariano Salvador Maella. Contrajo de nuevo matrimonio con doña Manuela Tolosa y Aviñón (P7459), unión de la que nacieron al menos ocho hijos, entre ellos el autor de este retrato. Formado en Roma con Corrado Giaquinto (1703-1766), su maestro llegaría a asegurar que la habilidad de aquel discípulo aumentaría si se detiene en los trabajos y pierde la viveza y prontitud con que los ejecuta. Fue un excelente fresquista y dominó, mejor que muchos pintores españoles de su tiempo, el arte de la composición y de la perspectiva. Su estilo es uno de los más intuitivos y jugosos de toda la pintura española de entonces pudiéndosele considerar como el mejor preparado y el que más imaginación demostró entre todos sus colegas. Hizo un testamento el día 12 de enero de 1794 y mandó que le enterrasen en un nicho del convento de carmelitas descalzos de Madrid.
La identificación iconográfica queda verificada merced a una copia de la presente obra existente en las colecciones del Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Inv. núm. 694). En el reverso del lienzo se lee una inscripción alusiva a su cursus honorum académico: Dn. Antonio González Velázquez, pintor de S.M. en la Rl. Academia de Sn Fernando desde 1 de marzo de 1754 fue creado Teniente Director hasta el de 1794 en que falleció siendo Director más antiguo. Pintado por su hijo Zacarías siendo Director de la misma R. Academia año de 1827. Además de la mencionada copia de la Academia hay otra en el Museo del Prado (P2495), atribuida igualmente a Zacarías González Velázquez, que presenta algunas variaciones respecto de la que aquí se estudia.
En esta versión, se muestra al pintor de medio cuerpo, con la paleta y los pinceles en las manos, sentado en una silla tosca, junto a una mesa en la que se aprecian distintos objetos, entre ellos sus lentes. Posee una figura corpulenta, ostenta peluca, con lazo y coleta que caen por la espalda y el hombro izquierdo, sobre una cabeza grande y rostro de facciones anchas y notable papada. Viste una amplia casaca, con camisa abierta ribeteada de encajes que combinan con los de los puños. El cromatismo es rico y diversificado, armonizando el del atuendo con la cortina adamascada amarilla, que enriquece la composición. No existe ninguna tendencia a la idealización o a la autolisonja, ni tampoco se advierte el deseo de agradar a un supuesto espectador. (Texto extractado de: Luna, J. J.; El retrato español en el Prado. Del Greco a Goya, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2006, p. 164).