Florero
1780 - 1788. Óleo sobre tabla, 60 x 42 cmSala 039
Este florero trae el recuerdo de las obras que regaló el artista en 1788 al príncipe de Asturias, don Carlos de Borbón, que muy poco después subiría al trono como Carlos IV. El monarca, que desde muy joven se interesó por las artes en general y la pintura en particular, reunió una excelente colección en su residencia cercana al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial; el número 360 que ostenta esta tabla corresponde al inventario de piezas de aquel repertorio, del que desaparecerán muchos componentes aventados por los saqueos de la invasión francesa, durante el reinado de José Bonaparte, que huyó a su patria con un numerosísimo botín, en parte procedente de los tesoros acumulados por Carlos IV.
Las precisiones cronológicas del regalo al Príncipe permiten datar la obra en 1788 o antes. Entre las flores que componen el agrupamiento se distinguen rosas, nardos, narcisos y alhelíes, que forman un delicado ramillete emergente de un florero de cristal asentado sobre un pedestal pétreo de borde irregular en su extremo derecho.
Toda esta agradable representación floral posee una gracia y una ligereza muy dieciochescas, al modo francés tanto de la primera mitad del siglo, con resonancias clasicistas, como de las postrimerías del rococó: sin embargo, su formulación evoca los cuadros de Arellano, con los que posee innegables concomitancias, aun cuando se revista de menor monumentalidad y opulencia, patrimonio indiscutible del gran pintor del Siglo de Oro. Aquí Espinós despliega una maestría técnica, basada en el dominio del cromatismo y los hábiles contrastes de luz y sombra -el florero se destaca con marcada nitidez sobre el fondo en penumbra- que le otorgan un elevado rango respecto de los pintores de su generación. Se advierte que resuelve su tarea con pinceladas vibrantes y bien empastadas aunque sin excesos, detrás de las cuales hay un gran dominio del dibujo; análogamente juega con un cierto dinamismo en tallos y pétalos y, desde luego, refleja un gusto por las calidades táctiles altamente sugestivo, que patentiza sus excelentes dotes de observación y su manera de plasmar todo ello en una pintura (Texto extractado de Luna, J. J.: El bodegón español en el Prado. De Van der Hamen a Goya, Museo Nacional del Prado, 2008, p. 138).