Paisaje fluvial con figuras
1850. Óleo sobre lienzo, 79,5 x 141 cmNo expuesto
Se representa un paisaje fluvial, firmado en Sevilla en 1850, y por tanto obra de la primera madurez del artista, alejado de su producción más conocida, constituida por vistas de ciudades andaluzas de carácter eminentemente descriptivo y topográfico, tratándose por el contrario de un paisaje de fantasía, que muestra por tanto la vertiente más creativa de Barrón y su sentido decorativo del paisaje, tan del gusto de la burguesía adinerada de su tiempo.
Esta obra muestra las riberas de un río jalonadas de árboles y juncos, y bañadas por las últimas luces del crepúsculo. En primer término cabalgan una pareja de campesinos, entretenidos en animada conversación, llamando la atención a su paso de otro grupo de personajes, detenidos en la orilla para refrescarse y coger agua. Por el sendero y el puente que se ven detrás transitan otros caminantes, vislumbrándose a la izquierda, tras los árboles, la silueta del abigarrado caserío de una población elevada sobre un cerro y otras edificaciones que se pierden en el horizonte.
A pesar de tratarse de un paisaje de estudio, surgido de la imaginación del pintor y elaborado con recursos compositivos un tanto convencionales, utilizados por Barrón en otras ocasiones, este lienzo es un importante testimonio de las distintas influencias que coinciden en la formación de este artista, tanto de los grandes paisajistas flamencos como de los pintores de género italianos del siglo XVII, y que, como otros paisajistas románticos, Barrón hubo de descubrir probablemente en el propio Museo del Prado. En efecto, si en el desarrollo de la vegetación y la distribución de los diferentes elementos geográficos, Barrón demuestra haber estudiado a los paisajistas barrocos de la escuela flamenca, las pequeñas figurillas que los pueblan, resueltas con una factura enérgica y empastada, recuerdan de inmediato las escenitas de género de los bamboccianti y los cuadros de animales de Rosa de Tívoli. Con todo ello, Barrón hace gala en esta obra de su indiscutible sentido decorativo, así como de su más cuidada técnica, minuciosa y paciente en la descripción de cada una de las hojas del follaje, y rica y jugosa en las figuras, así como de su manejo caprichoso de la luz en los celajes, de tonos subidos y no demasiado armoniosos, junto a una refinada habilidad en la gradación de los planos, dando como resultado un paisaje de evidente belleza plástica, a la que también contribuye su vistoso marco original.
Museo Nacional del Prado, Un mecenas póstumo : el legado Villaescusa : adquisiciones 1992-1993, Madrid, Museo del Prado, 1993, p.90-92