San Antonio Abad
Siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 167 x 110 cm. Depósito en otra instituciónSan Antonio fue un anacoreta nacido en los confines de la Tebaida hacia el año 250 de nuestra era; practicó una vida de total desapego a los bienes terrenales y durante veinte años se retiró a una gruta donde se entregó a la oración y la penitencia. Los rigores de su retiro llegaron a convertir a San Antonio en el ermitaño por excelencia, cuyo ejemplo fue seguido por otros cristianos.
Luis Tristán (hacia 1590-1624) se formó inicialmente en el taller de El Greco, durante los años de 1603 y 1606. Del pintor cretense tomará algunos aspectos fundamentales de su pintura, especialmente un tono manierista en la representación de las figuras, alargadas y de trazado nervioso; a veces es incluso un divulgador de tipos y composiciones salidas de la invención de El Greco, aunque siempre tamizadas por un marcado naturalismo, un tono descriptivo en todos los detalles, que responde a la absorción de otras corrientes impuestas en la pintura toledana y madrileña en la década inicial del siglo XVII. En la iluminación de sus obras se escapa de la órbita delirante de El Greco en sus años finales, momento en que se vinculó Tristán al taller de Theotocopulos, aproximándose más a los efectos tenebristas de los primeros caravaggistas, a los que pudo conocer en Italia, a donde llegó en 1606 para permanecer hasta 1611. Pero además de esta formación italiana, no muy frecuente ya para los artistas españoles una vez iniciado el siglo XVII, Tristán recibió nuevos estímulos una vez regresado a suelo hispano. Carducho, Gajes y Juan Bautista Maino, todos ellos ligados a las novedades pictóricas italianas, agrandaron el repertorio formal de Tristán.
San Antonio Abad debe ser visto sobre todo como una buena representación de la simbiosis pictórica del pintor. Sin abandonar del todo las composiciones tomadas de El Greco (el eco de San Jerónimo reconcentrado en su retiro penitencial es evidente), Tristán desarrolla una obra de marcado naturalismo, donde iluminación, expresividad y notas realistas dan prueba de la sintonía con la pintura imperante en el Madrid del primer cuarto del siglo, especialmente con la de Bartolomé Carducho. Aunque desconocemos el destino inicial de esta tela, la suponemos procedente de Toledo, de donde debió de llegar para formar parte del Museo de la Trinidad, creado en el siglo XIX para custodiar las obras procedentes de las iglesias y monasterios de las provincias próximas a Madrid que fueron desamortizados en 1835.
Esplendores de Espanha de el Greco a Velazquez, Rio Janeiro, Arte Viva, 2000, p.185