Tampoco
1810 - 1814. Aguafuerte, Bruñidor sobre papel avitelado, ahuesado, 157 x 208 mm.La secuencia que en ocasiones se establece entre las estampas viene corroborada por sus títulos, tal y como se comprueba entre la anterior, No se puede saber por que, y esta titulada Tampoco. Con esta lacónica palabra, Goya corrobora la falta de justificación de los atroces actos que se produjeron durante la guerra y de los que nos deja testimonio. Lucas Dubreton relacionó lo representado con sucesos reales, en este caso con las terribles represalias que los franceses tomaron en Lerma y, en concreto, identificó al soldado que melancólicamente observa al ahorcado con un soldado polaco de los que integraban los ejércitos napoleónicos, que eran conocidos por su extremada crueldad. Lafuente se refirió a los sucesos descritos en las memorias de los militares de la época, como las del general Lejeune, que al hablar de los guerrilleros, decía que a los que eran cogidos con armas en la mano, se les ahorcaba inmediatamente en los árboles del camino, y añade que “uno de estos cuerpos mutilados colgado de una rama y agitado por el viento como un trapo, me impidió el paso en un sendero que tenía que atravesar”. Siguiendo esta línea de trabajo, recientemente Vega apuntó referencias documentales y literarias sobre el ahorcamiento de los guerrilleros españoles, demostrando que debía ser muy habitual encontrarse con estas imágenes en los caminos de las zonas en conflicto. Pero Goya no trata sólo de ilustrar un acontecimiento más o menos frecuente. Partiendo de la realidad se sirve de numerosos recursos formales para concebir una imagen icónica que aluda a la irracionalidad de la violencia. La elección de cada uno de ellos es minuciosa. Comenzando por el escenario, recrea un espacio natural en el que se aprecian también los signos de la muerte, donde los árboles se han convertido en postes inertes semejantes a los que en otras estampas se ata a los condenados para fusilarlos, darles garrote o torturarlos, y que lejos de mostrar la frondosidad de sus ramas y hojas, de ellos sólo cuelga la muerte, el fruto de la guerra. De los ennegrecidos troncos mutilados cuelgan los blancos cuerpos inertes de los ahorcados, con la cabeza inclinada mostrando así su pelo caído sobre la frente, sus ojos cerrados, los brazos extendidos longitudinalmente al cuerpo, con las manos abiertas, sin fuerza y con los pantalones bajados, una forma de acentuar la pérdida de dignidad. La figura del ahorcado contrasta con el fondo vegetal sobre el que se recorta, planteando así un amargo contraste entre la vida y la muerte. Además la estructura piramidal de la composición determina el carácter funerario al tiempo que induce a realizar un recorrido visual de arriba abajo. Frente a la víctima Goya presenta a su verdugo, con el que se plantea un fuerte contraste formal: elegantemente vestido, reclinado en cómoda posición sobre una roca —en la que figura el esbozo de una inscripción que recuerda una lápida— y contemplando de forma complaciente el fruto de su trabajo. Las similitudes formales con otras obras de Goya como el Capricho 43 El sueño de la razón produce monstruos o el retrato de Jovellanos, permiten apuntar una interpretación simbólica de este personaje. El soldado medita de un modo melancólico, aunque lejos de la pesadumbre que deberían provocar sus acciones, y muestra un gesto de placer que nos revela su indudable perversión, como ya apuntó Piot en 1842 en la primera de las referencias críticas existentes sobre las estampas de Goya. ( Texto extractado de: Matilla, J.M.: Tampoco, en: Goya en tiempos de Guerra, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2008, p. 306)