Yo lo vi
1810 - 1815. Sanguina, Lápiz compuesto sobre papel verjurado, 177 x 234 mmNo expuesto
El valor de las imágenes de guerra de Goya viene determinado en gran medida por su verosimilitud, que las convierte en referentes visuales de los acontecimientos bélicos. Si son testimoniales, es decir, si están basadas o no en experiencias vividas, es algo que no afecta ni a la narración ni a su valoración actual, pero que en su momento debía de dotarlas de un valor añadido. Es evidente que muchas de las escenas representadas no pudieron ser vistas de primera mano por Goya sin riesgo de perder su propia vida, por lo que debemos pensar en que el artista llevó a cabo una reelaboración intelectual a partir de testimonios contemporáneos. Pero es también cierto que en ocasiones es posible considerar las estampas como un testimonio personal de lo visto. La representación objetiva tiene en esta estampa su mejor ejemplo. A partir del título, Yo lo vi, la imagen se convierte en un documento visual de lo sucedido, de lo que Goya actúa como notario, y que se refuerza con la siguiente estampa titulada Y esto también (Desastre 45) (G02375). Este recurso volverá a ser de nuevo utilizado por Goya en una de las estampas más dramáticas de la Tauromaquia, aquella que representa La muerte del alcalde de Torrejón y en cuyo título manuscrito Goya anotó también: Yo lo vi. Ya se trate solo de un artificio narrativo o no, lo cierto es que Goya bien pudo ver lo que aquí representa, pues la huida de la población civil ante el avance de las tropas francesas fue algo habitual durante los años de la guerra. Los artistas contemporáneos nunca mostraron estas escenas en sus estampas, quizá por su falta de heroísmo conmemorativo, pero, sin embargo, estos sucesos interesaron sobremanera a Goya, que les dedicó cinco estampas consecutivas (Desastres 41, 42, 43, 44 y 45) que muestran otra faceta más de los sufrimientos de la población. De nuevo vuelven a aparecer elementos presentes a lo largo de toda su obra, como el tratamiento positivo de la mujer que protege a sus hijos del peligro cercano a riesgo de su vida, y que, en un espacio luminoso, contrasta con las figuras situadas a su izquierda, en la sombra e intensamente trabajadas, con sanguina en el dibujo y con aguafuerte en el grabado. El análisis detallado de ambas figuras en el dibujo revela los aspectos críticos de la composición. Goya presenta, en contraposición con la mujer y sus hijos, a los poderosos de la sociedad, aquellos que huyeron primero dejando a la población indefensa: la Iglesia representada por el cura y los propietarios o las autoridades municipales simbolizados por el personaje que acompaña al primero. En el dibujo Goya caracterizó al cura como alguien obeso y cobarde que cargaba sobre su cabeza los preciados ornamentos eclesiásticos, haciendo más evidente en la estampa su huida con las riquezas al suprimir el fardo sobre su cabeza por una bolsa de dinero que sujeta con ambas manos en su regazo. Esta huida desbocada de los religiosos había sido también tratada en las estampas anteriores de la serie, donde había mostrado a miembros de diversas órdenes huyendo por el campo, no sabemos si del avance de los franceses o de las leyes de desamortización que había decretado el gobierno de José I. Aunque los Desastres se caracterizan por el marcado protagonismo de las figuras humanas que ocupan la mayor parte de la composición aisladas del espacio mediante la supresión de los fondos, reducidos a la mínima expresión, en ocasiones los fondos de paisaje desempeñan una función relevante para la contextualización de la escena. Tal es el caso de este dibujo y su estampa, en los que es necesario hacer una referencia a la localidad de la que huyen sus habitantes, con su caserío a la derecha presidido por un característico castillo medieval, del que apenas permanecen erguidas sus torres, y que de alguna manera reitera la asociación de la guerra y la destrucción (Texto extractado de Matilla, J. M.: Yo lo ví, en: Goya en tiempos de Guerra, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2008, p. 298).