San Esteban, vestido con la dalmática de diácono de color rojo vivo, está solo en su martirio, de rodillas ante un muro con las manos cruzadas en el pecho y la cabeza inclinada, mientras alza el rostro, intensamente iluminado, hacia el cielo. A su alrededor yacen en el suelo las piedras que le han arrojado sus verdugos por ambos costados. Se trata de una representación de la lapidación del primer