Esta pintura, fechada hacia 1658, fue regalada al rey Felipe IV por el cardenal Francesco Barberini (1597-1679), sobrino del pontífice Urbano VIII (1623-1644). Tras la muerte de éste, que era conocido por sus tendencias antiespañolas, y la llegada de su sucesor, el filoespañol Inocencio X, el monarca ordenó la confiscación de las rentas eclesiásticas de las que Barberini gozaba en España e Italia.