El Santo evangelista está sentado en una peña con el libro en las manos. Mira al cielo donde aparece, entre una luz tenue la visión de la mujer y el dragón del Apocalipsis. La composición está próxima al San Jerónimo oyendo las trompetas del Juicio Final, de José de Ribera. Asimismo, los rasgos del joven Evangelista recuerdan a los de San Juan Evangelista del Apostolado del Museo del Prado.
Estudios técnicos realizados en el Museo del Prado permiten confirmar la autoría de Alonso Cano en la Virgen del Lucero, -obra perteneciente al Museo del Prado y depositada desde 1958 en el Museo de Bellas Artes de Granada-, que había sido puesta en duda como consecuencia del juicio emitido en 1955 por el que era el máximo estudioso del artista, el hispanista Harold E. Wethey, que en su exhaustiva
Cristo se aparta de la columna de la flagelación y se inclina para recoger sus vestiduras del suelo. Su mirada hacia abajo y la postura de todo el cuerpo crean una impresión de tristeza, introspección y calma profundas. La geometría del cuerpo, cuidadosamente dispuesta, genera equilibrio a pesar del movimiento implícito de la figura. En este dibujo, así como en sus dos pinturas relacionadas, Crist
Éste es uno de los pocos dibujos canescos al carboncillo o lápiz que cuenta con muchas probabilidades de haber sido realizado por Cano. A la derecha del dibujo vemos a una mujer sentada en una silla, posando en una escena de interior. Va ataviada con un traje historicista, un simple tocado blanco en la cabeza y una tela blanca sobre los hombros y el canesú. Tiene las manos descansando en el regazo
La delicada belleza que Cano podía lograr a cualquier escala es claramente evidente en este dibujo de composición acabada. El ángel Gabriel acaba de aparecerse a la Virgen, y se ha posado en tierra con un gesto a la vez declamatorio y reverencial. Se arrodilla en la parte inferior izquierda, sosteniendo una rama de lirio en la mano izquierda y alzando el índice de la mano derecha. La Virgen está a
El dibujo corresponde al periodo de madurez del pintor, en el que acumulaba ya toda su larga experiencia y conocimientos como dibujante, como se desprende del inteligente uso de las aguadas, es decir, de la aplicación de las distintas capas de tinta dadas con el pincel para crear volumen -con la ayuda de los trazos de pluma que recrean los pliegues de las telas- y para sombrear. Está preparado con