Veía que mi labor desde ese estamento era importante, como la del director, que tenía siempre la puerta abierta, igual que yo. Abierta para que entrara cualquiera sin pedir cita. Mi labor era decidir, y creo que sabía decidir bien porque entraban en masa a preguntar qué tenían que hacer. Mi labor era escuchar, ver y decir tal cosa, después se iban y hacían lo que yo decía. Es importante, para todos los que trabajan, saber que hay alguien que asume toda la responsabilidad por encima de ellos. ¡Toda! Que si ellos se equivocan, no es su responsabilidad sino mía. Esto me parece que es lo más importante de un jefe. No me refiero al subdirector del Museo del Prado, sino a un jefe de cualquier cosa, como un entrenador de fútbol. No vale con decir: “Qué mal han jugado estos chicos hoy”. Esa es la labor máxima de alguien que está a la cabeza de algo: dar confianza a los demás, hacerles ver el sitio donde trabajan.
Para conducir una institución como esta —siempre digo “como esta” porque puede ser otra—, hay que tener la cabeza muy fría. Hay que tener capacidad de estrategia y la cabeza muy fría, no decidir sobre la marcha viéndolo todo rojo; sino que hay que decidir viéndolo todo gris, para poder decidir bien. Hay que ver todos los elementos y eso es muy importante: poder decidir sin arrebatos, sin malos humores, sin violencia. Hay que decidir así, con fuerza.
Una de las primeras cosas que recuerdo como subdirectora del Museo del Prado fue que llamaron a la puerta del despacho y entró un trabajador de la Brigada, que ayudaban a mover obras de arte y otras veces movían otros tipos de objetos. Este hombre venía por las tardes y tenía una misión que yo desconocía. Se encargaba de cazar las ratas del Museo. Entró con una jaula muy alta, con unas veinte ratas recién cazadas, chillando y mordiéndose entre ellas. Y me dijo: “Doña Manuela, ¿qué le parece a usted que debo hacer con esto?”. Había cambiado la dirección y la subdirección, y ya no sabía qué órdenes debía seguir para acabar con las ratas. Le dije: “¿Qué hace usted generalmente?”. Me contesta: “Las meto en un bidón lleno de agua”. Le dije: “Bueno, haga usted esto hoy, y mañana cambiaremos el procedimiento”. Entonces buscamos equipos de desratización que vinieran a exterminar las ratas del Museo de un modo menos medieval. Porque aquello era medieval. También esto tenía su interés, porque no se puede perder el contacto con la realidad. Me pareció muy interesante el Prado, pues había personas como el que cazaba las ratas y después entraba en los almacenes para mantener las cosas en orden, cuidando que no sucediera nada grave que pudiera afectar al Museo. En una institución como esta, para mí todos hemos tenido siempre la misma importancia, cada uno dentro de su campo. En aquella época, la diferencia entre los sueldos de por ejemplo esa persona que cazaba las ratas y el del director era muy pequeña, no era ni el triple del sueldo. En mi opinión esa especie de igualdad era buena.
Llega al Museo del Prado con una beca de la Fundación Juan March. En 1981 obtiene la plaza de Conservador de Dibujos y Estampas del Museo del Prado. Después es nombrada Subdirectora de Conservación e Investigación (cargo que desempeña entre 1981 a 1996) y vocal del Real Patronato (de 1991 a 1996). Hasta 2018 ha sido jefe de Conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya.
Entrevista realizada el 28 de junio de 2018