Es importante que el director de un museo como el Prado, que es un gran museo, tenga el lenguaje propio de un museo. Quienes no lo tienen, están abocados al fracaso antes o después. Pero en este caso Miguel Zugaza ya venía del mundo de los museos, más o menos pequeños, pero todos tienen su complejidad, y él empezó muy poquito a poco. Empezó con cambios que no se notaban, que son los cambios más efectivos, aquellos con los que parece que nada cambia. Resulta que con Miguel Zugaza todo cambió, aunque parecía que no estaba cambiando nada. Se estructuró con exactitud el Museo, aumentaron los departamentos, las áreas, etcétera. Incorporó personal nuevo, sin miedo; porque hasta ese momento pervivía una tradición de cierto miedo en el Museo, que empezó con los antiguos directores del siglo XIX. Se hacía todo con cuidado, “mejor ser pocos, a ser muchos y no saber quienes son”. Yo he vivido ese miedo aquí. Ese dedo inteligente para nombrar, era algo interesante también desde un punto de vista humano. Pero Miguel Zugaza no tenía miedo. Además la administración también había cambiado, y él ya no tenía ese miedo al cese repentino, porque hubo un acuerdo parlamentario para no cesar al director del Museo del Prado con el cambio de ministerio. Por lo tanto pudo empezar a cambiar las cosas con una planificación a largo plazo.
Y además tenía una gran personalidad, y aún la tiene. Era muy sociable, abierto, de ir a hablar con quien fuera necesario para conseguir algo para el Museo. Con mucha diplomacia, de modo que el que estaba hablando con él no se enteraba de esa diplomacia. Ese es el verdadero diplomático. Creo que consiguió todo lo que se podía conseguir, y también la incorporación de un profesional puro y duro de un museo extranjero, como fue Gabriele Finaldi, para ocupar la dirección adjunta. Fue algo de largo alcance, muy bueno. Era sangre nueva, limpia como la sangre del Cristo crucificado de Velázquez. También fueron años de tranquilidad porque todos sabíamos que no nos íbamos a ir de aquí, y los que estaban fuera queriendo llegar, sabían que no había posibilidades. Por eso hay que contarlo también, unos cuantos están siempre con el Prado diciendo: “Yo, yo, yo…”. Y eso está bien. Pero fueron años tranquilos.
Llega al Museo del Prado con una beca de la Fundación Juan March. En 1981 obtiene la plaza de Conservador de Dibujos y Estampas del Museo del Prado. Después es nombrada Subdirectora de Conservación e Investigación (cargo que desempeña entre 1981 a 1996) y vocal del Real Patronato (de 1991 a 1996). Hasta 2018 ha sido jefe de Conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya.
Entrevista realizada el 28 de junio de 2018