Una sala que me resulta especial y que no existe actualmente, sino que existió. Solamente soy consciente de haber venido al Museo una vez de niño y recuerdo perfectamente, era donde estaban colocadas Las meninas. Yo buscaba fotografías antiguas de muchas salas y encontraba de casi todas menos de esa que yo recordaba. No hace mucho tiempo, hace como tres o cuatro años, porque este tipo de conversación la tenía mucho con Javier Portús, y él me decía que le pasaba lo mismo que a mí; aparecieron esas fotografías y efectivamente pude respirar al comprobar que no había sido un sueño lo que recordaba y que efectivamente era el modo en el que habían estado colocadas. Me sorprendí a mí mismo. Recuerdo entrar en esa sala, ver una obra que todo el mundo decía que era muy importante y alguien indicarnos: “no tenéis que mirar el cuadro, lo que hay que mirar es el espejo y hay que mirarlo de esta manera; te tienes que colocar en un lado -eso lo recuerdo- y hay que mirar el cuadro así, y entonces apreciarás la profundidad y la atmósfera que tiene”. Es el recuerdo que tengo. Recuerdo dar la espalda al cuadro y tener que mirar al espejo para ver el cuadro. Es lo que más recuerdo de esa sala. Y luego tengo también una curiosidad con esa misma sala, pero de otra forma montada, que es como yo la conocí cuando entré a trabajar en el Museo. En aquel momento la iluminación que tenía Las meninas era una iluminación lateral. No la veías porque la sala estaba tapizada y la iluminación lateral que estaba colocada como a modo de bisel estaba también tapizada, con lo cual te pasaban bastante desapercibidos los focos. Prácticamente no se veía porque no eran cenitales sino que estaban colocados en un lado. Los lunes prácticamente aquí no había gente y había veces que -si el trabajo me lo permitía- me daba vueltas por allí y muchas veces me quedaba mirando la obra recordando las cosas que había oído a los guías. Uno te contaba la historia del cuadro de una manera, otros de otra y yo me quedaba mirando el cuadro y tendía a hacer comparaciones con lo que había escuchado. Un buen día paso por esa sala y veo que el cuadro no está, no lo veo. Yo sé que está porque distinguía al marco más o menos y percibía la sombra pero no veía el cuadro. Entonces lo primero que pensé automáticamente es que “el cuadro no tiene luz”. No digo que no estuviese iluminado sino que el cuadro no tenía luz, porque yo me había integrado tanto en la pintura que me había abstraído del exterior. Y lo que había pasado simplemente es que se había ido la luz o habían cortado algún circuito en ese momento para hacer la reforma que fuese. Simplemente la habían cortado. El segundo ese o dos segundos que tardé en comprenderlo me supuso una decepción.
Accede al Museo como vigilante de sala, aunque desarrolla la mayor parte de su trabajo dentro de la Brigada del Museo.
Entrevista realizada el 18 de junio de 2018