Todos los días cuando llegábamos por la mañana, firmábamos en una lista que ponían en la entrada del personal, y todos teníamos que firmarla. Firmábamos y pasábamos al vestuario. Teníamos un vestuario en el que nos poníamos el uniforme. Y trabajábamos hasta las dos de la tarde. En aquella época el Museo abría a las diez de la mañana, y a las dos de la tarde venía otro trabajador a relevarnos. Hacíamos un papelito cuando íbamos a la sala porque todos los meses se sorteaban las salas y cada mes te tocaba una, y tú te hacías cargo de la misma. Tenías un trapo o bayeta, y un plumero. Pasaba el conserje y comprobaba si había polvo, porque cada uno tenía un plumero en la sala. Eso sí, había que hacerlo con cuidado. Te decían: “El lienzo ni tocarlo”; porque para eso estaba la Brigada, que ellos sí tenían un plumero de plumas, especial y grande que cada cierto tiempo lo pasaban con cuidado. Ellos sí estaban especializados. Cuando entrabas en la sala por la mañana tenías que pasar el plumero pequeño, revisar los cuadros, y cuando llegaba el relevo a las dos de la tarde nos daba un papelito donde se ponía si había pasado algo o había alguna anomalía. Si no había pasado nada, se ponía “Sin novedad”. Después se le entregaba al conserje cuando ibas a salir. Y esa era la misión que teníamos.
Trabaja durante tres décadas como vigilante de sala dentro del Cuerpo Especial de Subalternos del Museo Nacional del Prado, y también como ordenanza de dirección.
Entrevista realizada el 04 de diciembre de 2017