Mañana viernes es mi último día en el Prado. Yo creo que decir un día determinado es muy difícil. No es una fecha, es un cúmulo de días, es una tremenda cantidad de tiempo de conocer a gente, de conocer a directores y compañeros que han ido desapareciendo, que se han ido jubilando o falleciendo… Y hay veces que, incluso, cuando voy por alguna sala, recuerdo algunos compañeros que estaban en aquella época cuando entré.
En la década de los 60, el Museo era muy familiar porque era una especie de pueblecito, de aldea pequeñita, en la que todos nos conocíamos. Tú ibas por las salas saludando a los compañeros, te preguntaban por tu familia... Era un sitio muy agradable. Recuerdo uno que se apellidaba Calleja, era un señor que había estudiado para ser sacerdote y luego no lo había sido, y era un hombre muy chistoso, amable y simpático. Claro, yo en aquella época tenía quince o dieciséis años, y él me contaba chistes y me hacía la vida muy agradable. Los vigilantes de sala que había eran como nuestros padres o nuestros abuelos, porque lo normal era que tuvieran cincuenta años, por lo menos. Nos aconsejaban. La verdad es que portaban muy bien con nosotros.
Lo que ocurría era que todas las personas que había en el Prado eran personas trabajadoras del Museo del Prado. Ahora hay muchas contratas; en aquella época no, eran todos empleados del Museo: los puestos de venta, las señoras de la limpieza… Todos éramos empleados.
Francisco Calvo Serraller era muy querido; sobre todo por los vigilantes, que le tenían mucho aprecio. También recuerdo al profesor Angulo; le recuerdo siempre en invierno, con su abrigo gris y su sombrero. Era una persona también entrañable y un gran profesor. He conocido a once directores, incluido al que hay actualmente.
Comienza a trabajar en el Museo como ascensorista, pasando después a vigilante de sala y al Departamento de Copias como administrativo.
Entrevista realizada el 21 de mayo de 2015