El Museo del Prado estaba en un momento de evolución muy buena, progresiva, gracias sobre todo a Alfonso Pérez Sánchez y también al que era director cuando yo entré, Xavier de Salas, al que le siguió el profesor Pita Andrade. Se dieron cuenta de que el Museo estaba anclado en el pasado. También se recuperó el Real Patronato en esos años, y pusieron en marcha una serie de proyectos, como las publicaciones, el Real Patronato, y la incorporación de conservadores especializados en las diferentes materias del Museo.
Una de las plazas que salió era de dibujos y estampas, que era mi especialidad. Me presenté en el año 1979, creo recordar. La conseguí, y es cuando empecé a trabajar como parte del Museo del Prado, porque yo no quería ser funcionario público, no quería pertenecer a un estamento de esas características. Para mí era impensable porque siempre había sido libre e independiente. Había viajado, estuve en Estados Unidos, en los museos americanos, y antes estuve en Italia. No entendía el sistema del funcionariado, sobre todo cuando leías en qué consistía ser conservador de museo. Ponía que llevaban uniforme con puñetas blancas y aquello me parecía de otro mundo, de otro universo que no era el mío y nunca quise entrar en la administración pública. Pero fue don Diego Angulo, que había sido catedrático de universidad, profesor mío y director del Museo, quien me dijo: “Si usted quiere cambiar una cosa, tiene que cambiarla desde dentro, por lo que tiene que hacer esa oposición; qué más le da a usted, no significa nada; es para entrar en el Museo del Prado”. Pensé que quizá tenía razón. Y lo hice.
Llega al Museo del Prado con una beca de la Fundación Juan March. En 1981 obtiene la plaza de Conservador de Dibujos y Estampas del Museo del Prado. Después es nombrada Subdirectora de Conservación e Investigación (cargo que desempeña entre 1981 a 1996) y vocal del Real Patronato (de 1991 a 1996). Hasta 2018 ha sido jefe de Conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya.
Entrevista realizada el 28 de junio de 2018