Al final estuve trabajando en la colección permanente, y eso es distinto porque tienes que conocer muy bien la colección. Mi labor consistía en que, cuando un cuadro se va a una exposición, tenía que remodelar la sala, cubrir el hueco con otro cuadro que solía decidir el conservador. Hay veces que solo se va un cuadro pero implica hasta cinco movimientos distintos en la sala. Porque ya no tienes la misma lectura en la sala. Entonces no te queda más remedio que ponerlo en otra pared, y de esa pared tienes que cambiar algunos cuadros a la otra pared. Te dicen: “Solo es un cuadro”. Y digo: “No, bajad y comprobad que no es un cuadro, porque por un cuadro que se llevan tengo que mover toda la pared”. En esos casos te ves pillado de tiempo, porque se hace de ocho a diez de la mañana, pero primero hay que buscar los cuadros en el almacén, subirlos a la sala, esperar a que llegue el conservador y dé su aprobación. Llegó un momento en el que ya confiaban en mí y me decían: “Ve colocándolos así y cuando llegue al Museo me paso a verlo”. Y entonces daban el visto bueno, pero eras tú la que colocabas todo más o menos como te habían dicho.
Había que considerar la altura del cuadro, porque cada uno requiere una altura distinta. Todos los cuadros no están a la misma altura. También depende de si es un retrato de cuerpo entero o un retrato de medio cuerpo, porque todos tienen que llevar un eje. Entonces los colocas, los pones en la pared, unas veces con cables, otras con alcayata, dependiendo del sitio y del conservador, porque hay gente a la que no le gustan los cables y lo ponen con alcayatas. Después llamas al electricista para que lo ilumine y al final pones las cartelas de los cuadros. Todos los cuadros tienen cartelas, que ya deben estar hechas y preparadas para el día que se ponga el cuadro nuevo en la sala, es decir, el nuevo cuadro tiene que tener cartela para que la gente sepa por qué está el cuadro ahí. Y eso te lleva un tiempo hacerlo.
Cuando empecé a trabajar en la colección permanente, había algo que era sagrado y que después se ha ido relajando, y era que había que tenerlo todo hecho antes de las diez de la mañana, porque a esa hora abría el Museo. Y cuando se abría a las nueve de la mañana era aún peor. Después ya me dejaban cerrar la sala: “Si no puedes abrir, cierra la sala”. Pero me daba un agobio espantoso que la gente que venía al Museo por primera vez, porque hay turistas que llegaban a primera hora cuando abría a las nueve de la mañana, como los japoneses que a las diez horas se iban para Toledo. Entonces yo pensaba: “Que vengan y no puedan ver al Greco, que es uno de los artistas que más les gusta”. Eso me ponía de los nervios. Por lo tanto yo hacía una carrera para que todo estuviera listo antes de abrir. Hay que contar con tiempo para el trabajo de la Brigada, después también con la iluminación, tiene que haber un electricista que ponga los focos. Hay un electricista al que quiero mucho y siempre decía: “El día que te vayas, voy a descansar”.
Se incorpora al Museo Nacional del Prado con un primer año de prácticas, para posteriormente realizar una revisión de los fondos de la colección permanente, lo que luego vendría a llamarse "Prado disperso". Se vincula al Servicio de Exposiciones Temporales y más tarde a la Colección Permanente donde se encarga de la remodelación de las salas y del control de los movimientos de las obras de arte.
Entrevista realizada el 28 de junio de 2018