Si un museo necesita cien metros cuadrados, expositivamente son cincuenta, el resto es lo que permite que eso se pueda exponer. Para que los cuadros estén ahí, para que las exposiciones se produzcan y para que la gente pueda llegar a apreciarlos se necesitan unas labores previas inmediatamente, diarias y continuas. Son labores de iluminación, de limpieza, de climatización (una parte muy importante para el mantenimiento de los cuadros), además de hacer obras: los suelos se estropean, hay que pintar paredes, hay que hacer bastidores,… Hay que hacer un montón de cosas que son previas a lo que se está viendo. Yo siempre decía: “Cuando empieza la exposición, yo ya he terminado”.
Recuerdo, por ejemplo, la exposición de Durero [2005]. Fue una complicación enorme porque las obras que venían de fuera exigían un nivel de iluminación de 18 o 20 lux, que era dificilísimo de conseguir. Por eso digo que las condiciones son muy variables en función de lo que vayas a exponer. Es una labor que no se nota pero que es imprescindible, y que no está valorada. No me refiero a lo que a mí me afecta sino a esas cuarenta personas que diariamente están trabajando para que todo eso sea posible.
Arquitecto, trabaja en el Museo del Prado como jefe del Área de Obras y Mantenimiento desde 1994 hasta 2009, participando en grandes proyectos como las obras de remodelación de las cubiertas, la ampliación de Jerónimos o la reforma y ampliación del Casón del Buen Retiro.
Entrevista realizada el 09 de mayo de 2018