Es lo más bonito que hay en España. Y el que diga lo contrario, miente. Hay cosas muy bonitas indudablemente y museos buenos, pero como el Prado, nada. Como este museo no hay otro. Ni el Louvre está tan limpio. Yo me fijo mucho en la vigilancia y en la gente y me parece que está un poco abandonado. La vigilancia aquí es más estricta. Luego cuando el jefe se va, cada uno hace lo que le parece porque hay de todo en este mundo, pero con las cámaras es más difícil, es diferente. En eso me fijo mucho porque ha sido mi vida. No lo echo mucho de menos porque, gracias a Dios sigo teniendo actividad. Pero se echa de menos a los compañeros, los amigos... Ciertos momentos que se pasan en el Museo, donde uno se lo pasa bien aunque sabe que está en el trabajo. Me lo he pasado muy bien aquí. No he venido llorando, jamás. En el sentido del trabajo, de gente maja, de gente agradable. Nos hemos llevado muy bien. Esa es la base. Los de la noche hemos sido una piña. Hemos convivido aquí en Nochebuena, en Nochevieja. Teníamos que pasar aquí esas noches y ya que teníamos que estar decíamos “vamos a pasárnoslo lo mejor que podamos, vamos a cenar juntos”. Modificábamos un poco la ronda para estar un poco más a gusto, había un ambiente bueno y éramos responsables tanto los chavales de seguridad privada como nosotros. Esos chavales son mi familia. Sueño muchas veces con el Museo, sueño que entra público y no sé echarles. Lo juro, paso una angustia... Cuando despierto le digo a mi mujer “otra vez he estado en el Museo”. “¿Cuántos te han entrado?”. Le digo“por todas partes”. Hay veces que si me dejasen hacía un par de noches o tres. No me importaría. Me lo pasaría formidable.
Ha trabajado en el Museo del Prado dentro del servicio de vigilancia nocturna durante más de tres décadas.
Entrevista realizada el 05 de diciembre de 2017