Eran todos vigilantes de sala principalmente. En la dirección había tres o cuatro personas, en gerencia había cinco personas, y poco más. También había conserjes. Y los demás eran todos vigilantes de salas. Se abría de diez de la mañana a las cinco de la tarde. En verano era hasta seis de la tarde. Las salas de la tercera planta se cerraban por las tardes en invierno porque no había suficiente luz para visitarlas. Las salas tenían luz indirecta que entraba por las cornisas, aunque no en todas las salas.
No había aire acondicionado cuando yo llegué al Museo. Pero sí había unas calderas de carbón y una carbonera en los sótanos. Ese carbón se atizaba en las dos calderas para que hubiera calefacción. Nada más. Pero estaban dentro de Museo. Después, en los años 70 y 80, se hicieron obras. Se vació toda la calle de Ruiz de Alarcón, la parte trasera del Museo, y se abrió entera y ahí se metieron la maquinaria del aire acondicionado. Se acometió la introducción del aire acondicionado en el Museo del Prado en los años 80.
Los conserjes vivían las 24 horas en el Museo, aunque no estaban las 24 horas de servicio. Pero realmente tenían una vivienda en los dos pabellones que hay en la zona norte y en la zona sur. Esas eran las viviendas de los conserjes. De hecho cuando yo llegué al Museo, a los conserjes se les pasaba carbón porque tenían las cocinas de carbón. Y había un calderero, como se les llamaba entonces, que llevaba el carbón también a los pabellones para esas cocinas.
Comienza trabajando en el Museo como ascensorista, y desde 1988 ejerce de electricista.
Entrevista realizada el 28 de noviembre de 2017