El traslado del Guernica

José Luis Díez García, Jefe del departamento de Conservación de Pintura del Siglo XIX, 1988-2013

Antes del traslado, cuando se estaba preparando todo, e independientemente de las cuestiones políticas, recuerdo que una noche tuve que quedarme en el Museo porque la empresa de transportes que iba a sacar el cuadro iba a realizar unas mediciones. Estaba yo solo con el cuadro y me metí en la urna. En ese momento sentí que el cuadro me decía: “Soy yo, por favor, hacerlo bien”. Había que romper la vitrina de cristal, por lo tanto había que proteger el cuadro antes. Esa experiencia fue única. Después de todas las vicisitudes, cuando el cuadro salió con una grúa entre las columnas del Casón del Buen Retiro, pensaba que eso era bueno para el cuadro, para que todo el mundo pudiera verlo de una manera natural, como yo pude hacerlo. Ese cuadro tiene que entrar por la piel directamente, sin ningún tipo de intermediación y todo el mundo tiene que tener esa experiencia emocionante. Te deja un hueco en el estómago cuando tienes la oportunidad de ver el cuadro tan cerca, poder oler las pinceladas de Picasso. Y eso afortunadamente ya lo puede ver todo el mundo hoy en día. Pero también dije: “Qué bien, porque así tendré sitio para los grandes cuadros de historia cuando vuelvan de la exposición que tenemos ahora”. Y así fue.
¿Qué cuadro pones en el sitio donde estuvo el Guernica? No es una decisión fácil. Después de darle vuelvas fue obvio, era natural, tenía que ser el Fusilamiento de Torrijos, pues era un alegato contra la violencia. También era un cuadro que el gobierno encargó en el siglo XIX a Antonio Gisbert para que se colgara en el Museo del Prado, para recordar lo que pasó en aquella ocasión y no volviera a suceder jamás. Por lo tanto, ahí lució el Fusilamiento de Torrijos desde 1992 hasta 1997 que fue cuando se cerró el Casón del Buen Retiro por obras.