El régimen del Museo de Prado era estricto, de carácter militar. De hecho muchas de las personas que conocí cuando llegué eran policías, militares, habían sido guardia civiles o camisas azules del ejército. Conocí a un sargento que estaba en la puerta, que había participado en la guerra y tenía una mandíbula partida. Cuando llegué había bastantes personas de ese tipo.
Recuerdo mi primer día porque entré por las puertas, yo no había pisado el Museo del Prado hasta ese momento. Me presentaron al viceconserje y al jefe de celadores, que era un tal Juan [López Santos]. Me llevó de paseo por todo el Museo, me indicó por dónde tenía que entrar cuando viniera por la mañana para cambiarme, que era un itinerario fijo, no podías moverte de ahí. En aquella época el Museo del Prado era como la mili, el servicio militar. Tú llegabas y te pasaban revista del pelo, incluso te pasaban el boli para ver si tenías el pelo largo, y en ese caso te mandaban a la peluquería. En los mismos vestuarios había un señor que venía antes de comenzar el servicio y cortaba el pelo. Cada uno le daba la voluntad, lo que quisiera darle. Él era el peluquero del Museo del Prado.
Se limpiaban las salas por las mañanas una hora antes de abrir y después se tomaba el servicio. Cada uno tenía su destino, su sala correspondiente. Hacían una requisa para contar los cuadros que había en la sala y comprobar que estaban en perfecto estado. Se abrían las ventanas y se echaban las cortinas porque, como decía, en algunas salas no había luz, solo la luz natural que entraba del exterior. Tomaban el servicio de sus salas y ahí permanecían en las cuatro o cinco salas que les correspondían, hasta la hora del relevo.
Los conserjes eran directamente los jefes de personal que existían en ese momento. Porque del director se pasaba a la secretaria, y de la secretaria a los conserjes. Ellos eran los que movían el Museo del Prado. Esa situación cambió a partir de que el personal empezara a revelarse, porque no entendían que fuera así. Principalmente los ascensoristas, que fueron castigados porque no se cortaban el pelo y les castigaron con guardias. Las guardias consistían en tener que venir a las siete de la mañana, dos horas antes de que empezara tu trabajo, para cumplir esa guardia. Empiezan a negarse a llevar las gorras y a que le corten el pelo como en la mili. Y de ahí vino, de la negación del personal a hacerlo, principalmente de los más jóvenes. Y empezó por los ascensoristas.
Comienza trabajando en el Museo como ascensorista, y desde 1988 ejerce de electricista.
Entrevista realizada el 28 de noviembre de 2017