Yo entré al Museo en el año 1953 y ya debía estar funcionando el laboratorio como mínimo cinco años. Aprendí fotografía con mi padre, aunque después me diplomé en diversos centros y me convertí en un fotógrafo más en serio. Desde las siete de la mañana estábamos dentro del Museo, indicábamos las salas en las que íbamos a estar porque lógicamente había una vigilancia interna. Desde las siete hasta las 9 de la noche. Entonces el Museo se abría a las nueve de la mañana. Estábamos en las salas fotografiando los cuadros que necesitábamos. Los que nos faltaban o los que nos habían encargado. Los cuadros se ponían al lado de una ventana para que el reflejo de la propia ventana sirviera de iluminación. Era todo muy artesanal.
Cuando abría el Museo y empezaba a entrar el público nos íbamos al laboratorio a manipular todo el material. Revelar, hacer copias de los encargos o simplemente archivarlos. A continuación nos íbamos a comer. Volvíamos por la tarde otro rato y estábamos hasta que aguantaba el cuerpo o hasta que terminábamos el trabajo. Estábamos bastantes horas trabajando.
Estar en el Museo por la noche solos era lo más extraordinario que te puedas imaginar. Luego las cosas cambiaron; sobre todo, cuando desapareció el laboratorio fotográfico del pabellón de viviendas. Ya no podíamos manipular las fotografías. Aparte de que trabajo era muy grande y se habían creado laboratorios fotográficos externos especializados en ello.
Ingresa en el Museo del Prado como fotógrafo de arte, trabajando durante cuatro décadas. Es hijo de David Manso, primer policía del Museo y también primer fotógrafo.
Entrevista realizada el 10 de mayo de 2015