Trabajar en el Museo del Prado ha sido muy bonito pero ha habido momentos a veces de mucha presión. Yo nunca he aspirado a ser director o jefe de taller o a ganar mucho dinero. No sé si eso habrá sido un defecto porque a lo mejor me habría metido en otro tipo de lucha. Ha sido un gusto por el trabajo, por hacerlo yo y por haberme sentido rodeada de todo. Ha sido un gusto aprender, escuchar, ver. Sin embargo, me he visto envuelta en una atmósfera que muchas veces me ha llevado a quizás decir “Sí, me jubilo” cuando llegó mi edad de jubilación. Pero claro, son obras muy importantes y en algún momento hemos acaparado mucho la atención. Es una presión grande y eso cansa. Por un lado, ha sido un privilegio, pero por otro, ha sido muy cansado.
Trabaja como restauradora en el Museo Nacional del Prado, participando en grandes proyectos como la restauración de Las meninas en 1984, dirigida por John Brealey (del Metropolitan), o la restauración de las tablas de Adán y Eva de Durero.
Entrevista realizada el 29 de noviembre de 2017