Hay muchas cosas en Velázquez de las que uno tendría que aprender. Aprender de la sensación barroca de no acabar de distinguir bien entre el espacio real y la ficción; aprender de quien traslada esta sensación por un medio más o menos convencional como es de la pintura a un plano. La extraordinaria destreza de Velázquez hace que la pintura al óleo adquiera una naturalidad extrema, dentro de los medios convencionales de los siglos XVI y XVII. Hace que esa destreza no se imponga como virtuosismo. Son aspectos que se encuentran en muy pocos artistas. También Antonio López García —un pintor de quien he oído siempre cosas certeras sobre Velázquez— opina que realmente no hay obras prescindibles. De ahí que la obra de Velázquez sea tan corta. No es una obra seriada ni producida. Me interesa también el hecho, curiosamente, de que sepamos tan poco sobre Velázquez. Seguramente sabemos menos de él, a pesar de haber trabajado en la Corte, que de Cervantes. Me transmite la sensación de haber dado a la obra tal importancia que deja a su persona en segundo término. Tantas veces ocurre al revés, que la obra de un artista se explica desde la persona. Explicar la obra de Velázquez desde la persona exigiría una invención literaria completa. Esa sensación de estar, ya no ante un misterio, sino ante una obra cuya interpretación se nos escapa; siempre ofrece esa novedad con la que uno se encuentra, a pesar de lo mucho que lo vea, lo visite y trate de encontrarse con ella.
Patrono de la Fundación Amigos Museo del Prado desde 1994, se encarga de realizar la ampliación del Museo Nacional del Prado desde 2000 hasta 2007.
Entrevista realizada el 30 de octubre de 2017