He tenido entre mis manos a los grandes maestros. Maestros que han hecho escuela y que han hecho escuela para que otros aprendan. Te hablo de El Jardín de las delicias del Bosco, El Descendimiento de Van der Weyden, de toda la obra prácticamente de Velázquez comenzando por Las meninas y siguiendo por Las hilanderas [Las hilanderas o La fábula de Aracne], Los borrachos [Los borrachos, o El triunfo de Baco], Las lanzas [Las lanzas o La rendición de Breda], etcétera.
Carlos V en la Batalla de Mühlberg de Tiziano, un cuadro grandísimo con un montón de problemática. Ya al propio Tiziano se le cayó y se le rompió la tela, y ya se le hizo un siete. Después lo tuvieron que cortar y arrojar por una ventana en el incendio del Alcázar. El lienzo original está lleno de rotos, de veladuras y de retoques que se convierten en repintes y que invaden la pintura original. Un cuadro que prácticamente no es nada, que es una ilusión de materiales. Es un enorme respeto. Un trabajo precioso, pero que es un trabajo donde tienes que poner tus cinco sentidos. Igual que ellos tienen alma, te requieren que tú pongas el alma a la hora de restaurar. Te digo que es una cursilada, pero a mí me ha encantado mi trabajo. Yo comprendo que ha sido vocacional y que he disfrutado muchísimo y que ha sido un privilegio estar en el Museo del Prado porque me he rodeado de grandes profesionales ayudándome para todo esto.
Trabaja como restauradora en el Museo Nacional del Prado, participando en grandes proyectos como la restauración de Las meninas en 1984, dirigida por John Brealey (del Metropolitan), o la restauración de las tablas de Adán y Eva de Durero.
Entrevista realizada el 29 de noviembre de 2017