Una vez recuerdo que en el ascensor de la dirección, que era de madera y tenía una cuña detrás, rozaba un poco con la pared. Estaba subiendo conmigo el director, escucha un ruido, y me dice “¿qué pasa aquí?”. “Pues nada, pasa que el ascensor…”. “Pues esto hay que arreglarlo rápido, ya aviso yo”. Avisó y vinieron los mecánicos de los ascensores, pero nada. Siempre estaban averiados. Eran unos ascensores que para frenar tenían unos rodamientos que eran dos zapatas que frenaban el ascensor. De hecho una vez en la puerta de Velázquez, en el ascensor de Velázquez que era el más grande que había, bajaba la Reina Sofía, su madre, su padre y su séquito. Total que el ascensor se cargó un poquito y claro, como yo sabía cómo frenaba, me dije “ya verás tú adónde voy”. Vamos bajando y yo siempre lo soltaba para frenar como 30 centímetros antes. Lo hice para ver si podía frenar, pero no. ¡Pum!, para el foso. En el foso la Reina dice “¿qué ha pasado?”. Digo “lo siento, abriré la puerta y luego van saliendo”. Tenía que sacarlos de la mano. Una altura pequeña, pero vamos, aún así ella tenía que impulsarse y yo con la mano tratar de tirar de ella, que me decía “pues nada, no ha pasado nada”. Luego apareció el conserje preguntando qué había pasado. Yo le dije que había frenado con tiempo suficiente pero que por el peso no había podido evitar que se fuera más abajo. Eso pasaba muchas veces.
Entra a trabajar en el Museo como ascensorista, pasando después a vigilante y finalmente, desde 1997, trabaja como carpintero del Museo, que es su verdadera profesión.
Entrevista realizada el 19 de diciembre de 2017