Un compañero me aconsejaba sobre las propinas: "¿tú ves que los franceses llevan aquí un lacito? Esos te dan propina; los italianos te dan, los alemanes también suelen dar propina pero los americanos, si no quieres no les subas porque esos no dan ni un duro". Y efectivamente. Hubo un día que era domingo, yo tenía dieciocho años y nos íbamos a bailar por las tardes. Un chaval que estaba conmigo dice “las 12 horas de la mañana y ni un duro nos han dado de propina”. Y le digo “ya verás tú qué domingo vamos a pasar”. Total que voy a ver a Sanchidrián que estaba en el puesto de ventas y le digo “dame calderilla, que no me sueltan nada”. Va a su chaquetilla y me da calderilla. Yo subo y empiezo a hacerla sonar en mi bolsillo. Y así fue que empezaron a darme hasta los militares. Dije “madre mía”. Saqué mil y pico pesetas aquel día, desde las 12 horas hasta las 14 horas. Dije “menos mal, de las 10 horas de la mañana a las 13 horas, nada; luego, menos mal que me han salvado”. Eran unos hombres muy agradables los que estaban en el puesto de ventas, pero claro, lo hacían con vista. “Luis”, me decían cuando yo estaba arriba, “al que quiera catálogos, ya sabes, nos lo traes aquí abajo”. Cuando yo le decía “oye, Sanchidrián que me hacen falta 5 duros”; me decía “tómalos pero bájanos gente a la tienda”. Una vez hubo una mujer con la que me dio mucho corte. La bajé al servicio, cuando los servicios estaban donde está la cafetería ahora, en la puerta de Murillo. Bajo a la señora y digo a Felisa “te traigo clientela”. “Muy bien, muy bien” —dijo Felisa. Entonces a la subida, la mujer me suelta 1000 pesetas. Yo me quedé parado. Le dije “no, no”, y ella “sí, sí”. “Que no, por favor, que son 1000 pesetas, eso es lo que gano yo al mes”. Y ella “que sí, que sí”. Y me hizo cogerlas. Y luego yo se lo conté a todo el mundo, “mira lo que me han dado”. “No jodas” —me decían. Y yo “sí, sí, mira”. A los ascensoristas, algunos guías en Navidades, nos daban el aguinaldo. Y sí, con el aguinaldo se cogía un dinerillo. Algunos nos daban 200 pesetas, otros nos daban 500. Luego lo repartíamos entre todos los ascensoristas.
Entra a trabajar en el Museo como ascensorista, pasando después a vigilante y finalmente, desde 1997, trabaja como carpintero del Museo, que es su verdadera profesión.
Entrevista realizada el 19 de diciembre de 2017