Cuando entré aquí, la primera vez que trabajé en la noche, se acababan de quitar los marcajes en la calle. Se marcaba alrededor del Museo. Había unos puntitos cuadraditos, que estarán por ahí todavía, con una chapita que parece un contador. En esa chapita estaba la llave de marcaje. Le dabas a la llave, abrías la chapita y marcabas. Yo llegué después, pero sé que se marcaba en la calle y el Museo estaba cerrado. Y luego, aproximadamente a los cinco años ya entró el tema informático de la tarjeta y ahí ya cambió mucho. Nos dio mucha seguridad la consola. No había consola, ni cámara. Ni una cámara, eso no existía ni para entrar ni para salir. Y eso nos dio mucha alegría porque ya el Museo estaba mucho más vigilado. Cuando las alarmas entraron es cuando nosotros conocimos el servicio de seguridad a pleno rendimiento. Sonaban las alarmas en los peines de almacenes o la sala de juntas o las del tejado debido al aire y ahí había que ir. Ahí es cuando nosotros empezamos a conocer el Prado, porque antes había cosas que se quedaban cerradas y no se abrían por la noche de no ser porque se iba a sacar un cuadro o venía alguno.
Ha trabajado en el Museo del Prado dentro del servicio de vigilancia nocturna durante más de tres décadas.
Entrevista realizada el 05 de diciembre de 2017