María García era una persona estupenda que tenía una conversación de lo más agradable, siempre ocurrente. Su simpatía y su agilidad mental te divertían. Recuerdo que me contó que intervenía en programas de radio; ella llamaba para dar su opinión y era genial. En los últimos años perdió bastante porque le vinieron muchos problemas de repente, y entonces se fue hundiendo. Perdió un poco de esa chispa que tenía; aunque siempre queda algo. No la he vuelto a ver en las fiestas de los jubilados. Su marido, Pepe, una bellísima persona también y padre de David, suele venir pero ella ya no viene.
Fausto Hernández era lo más divertido que te podías echar a la cara porque siempre estaba con bromas. Había compañeras que lo llevaban muy mal porque era muy verderón, contaba los típicos chistes verdes. A mí me resultaba gracioso porque era como un niño malicioso. Una vez, una compañera nueva me dijo: “Es que Fausto, es que no me gusta…”. Y le dije que ya le conocería y le caería bien: “Tranquila, no te lo tomes en serio”. Y al final, cuando yo estaba con la jubilación parcial, me lo confirmó: “¿Sabes? Es verdad que Fausto es muy majo y simpático”. “Es que le gusta enrabietar a las mujeres”, le contesté.
Conchi Laguna también era muy maja y su marido, Diego, un cielo. Les conocía de las salas. Se jubilaron antes que nosotros y no he vuelto a saber nada de ellos. Diego era un pedazo de pan y Conchi, que adoraba a su marido, también era muy simpática. Tenía un carácter más abierto que Diego. Ha habido gente muy maja en el Museo.
Trabaja como vigilante de sala del Museo del Prado desde 1990 hasta 2013. Temporalmente trabaja también como informadora y taquillera.
Entrevista realizada el 23 de abril de 2018