Recuerdo que entré cuando estaba Pérez Sánchez como director y que luego vino Garín, y después no sé si vino Luzón o Calvo Serraller. Estos dos últimos estuvieron poco tiempo. El gran recuerdo que tengo de Calvo Serraller es que a los vigilantes nos apoyó mucho. Entonces estábamos con contratos renovables. Incluso, los de la promoción anterior a la mía llegaron a irse a la calle pero volvieron gracias a Calvo Serraller. Nuestra promoción no llegó a marcharse. Seguimos con contratos renovables hasta que nos hicieron interinos; y así, hasta que salieron las oposiciones y ya nos dieron la plaza fija. Fueron muchos años sufriendo con que nos pudiésemos ir a la calle.
Los directores pueden estimular mucho. Calvo Serraller, por ejemplo, valoraba mucho a los vigilantes y los mimaba. Nos mandó una carta, no sé ahora si de despedida o de felicitación, pero fue una carta muy agradable. Calvo Serraller, en ese sentido, se veía que te valoraba y te lo decía. Me imagino que todos directores valoran a los vigilantes pero te gusta que te lo digan. Después vino Zugaza, que también ha estado muchos años en el Museo y que ha hecho una gran labor: toda la ampliación, las exposiciones muy modernas,… Zugaza le ha dado un carácter muy vivo al Prado.
También estuvo Checa Cremades. Era bastante distante, no te saludaba; pero a pesar de ello, a mí me caía bien como persona. Hubo un día en que no le dejé pasar a una sala porque no le conocía. Como no se había presentado, no sabíamos quién era el nuevo director. Él quería pasar y yo le dije que no se podía, que había una valla. Entonces me miró muy serio y me dijo: “¿No me conoces?”. Se presentó y le respondí: “Perdone, sí, pase, por favor”. Era también buen director, tenía otro carácter.
Trabaja como vigilante de sala del Museo del Prado desde 1990 hasta 2013. Temporalmente trabaja también como informadora y taquillera.
Entrevista realizada el 23 de abril de 2018