Recuerdo que me presenté a mi director en el edificio Villanueva porque me destinaron al Casón del Buen Retiro que era donde había un despacho, y le pregunté lo que tenía que hacer. Pérez Sánchez, que era muy drástico y rápido, dijo: “Ponme a los escolares en fila y enseña a sus profesores, con cursos, lo que es el Museo del Prado, para que ellos se lo expliquen a sus alumnos”.
Me vine al Casón y en una máquina de escribir que traje de casa porque no tenía, de hecho tuve que pedir a la secretaría un lápiz y un borrador, porque tampoco tenía. Empecé a pergeñar lo que se podía hacer por los alumnos y lo que se podía hacer por los profesores. Y esas fueron las dos líneas de trabajo, lo que me permitía moverme en mi ambiente. La diferencia es que no tenía los 42 niños en clase sino que trabajaba para ellos, y cuando me cansaba, soltaba el bolígrafo y decía: “Me voy a tomar un café”, que eso no lo podía hacer en la enseñanza.
O sea, muchas cosas mejoraron y sobre todo es que trabajar en el Prado era una delicia. Una actividad que me ha compensado magníficamente porque estaba todo por hacer. Trabajé mucho, yo sola al principio y luego con una secretaria. En el Departamento de Educación ahora son unas quince o dieciséis personas, pero entonces nos batíamos el cobre solamente dos y han sido unos años muy hermosos. Una vez que protestábamos por la economía, un gerente nos dijo: “¿De qué se quejan ustedes? Trabajar en el Museo del Prado compensa”. Sí, pero la pela también. Pero efectivamente compensa incluso la pela.
Catedrática de Instituto, se incorpora al Museo bajo la dirección de Alfonso Pérez Sánchez para crear el Gabinete Didáctico, origen del actual Área de Educación. En 1986 es nombrada Jefe del Departamento Didáctico-Pedagógico.
Entrevista realizada el 04 de junio de 2018