Al Museo del Prado le tengo mucho cariño. Pero pienso que he tenido mucha suerte en la vida, en todos los aspectos, incluso con mis hijos. Fui a la escuela hasta los catorce años y tengo muchas historias que contar. Éramos siete hermanos y yo era el mayor, por lo que al salir del colegio me pusieron con las ovejas. Al cumplir dieciséis años me pusieron a arar con las mulas. Después mi padre compró un tractor y me puso de tractorista. Me casé y como éramos siete tuve que venirme a Madrid, con mi mujer y dos hijos. Era todo lo que teníamos. Vine en un camión en el que vinieron a buscarme, porque iban a sacar uno nuevo, y con él estuve un año. Al siguiente año entré a trabajar en la EMT, y estando allí comencé en el Museo del Prado. A la hora de despedirme, dije: “Bueno, don Alfonso [Pérez Sánchez], me voy”. Y contestó: “Ya lo sé”, porque él tuvo que firmarlo. Y continuó: “No se preocupe porque por todos los sitios hay caminos”. Algo así me dijo aunque no le entendí, porque estaba un poco nervioso y abatido. Venía aquí y era como mi casa.
Trabaja durante tres décadas como vigilante de sala dentro del Cuerpo Especial de Subalternos del Museo Nacional del Prado, y también como ordenanza de dirección.
Entrevista realizada el 04 de diciembre de 2017