Algo que me emocionó fue precisamente la defensa encarnizada que hice con treinta celadores que querían echar del Museo, a pesar de que con esta acción el Museo tendría casi que cerrar sus puertas. Me estuve enfrentando con sucesivas autoridades del Estado hasta que llegué a un punto muy alto, que no era la presidencia pero casi. Tuve una conversación dura con una persona a la cual traté con respeto pero desde luego sin concesiones y entonces le dije: “Si usted hace esto —me había dicho que tenía que hacerlo por una sentencia precedente respecto a un guardia jurado…, en fin, una cosa verdaderamente ridícula—, si usted hace esto con los celadores del Prado, evidentemente el Prado va a cerrar, primero porque no va a poder funcionar, segundo porque se va a poner en huelga y tercero porque me voy a poner yo a la cabeza de la huelga”. Entonces me dijo: “No será usted tan irresponsable”. Y yo, que estaba caliente, le respondí: “Le voy a explicar lo irresponsable que soy. El Ministerio de Cultura, el Gobierno de España y España me importan un bledo frente a esto”. Pues conseguí que se quedaran. Después me convirtieron en un mito, los celadores por lo menos. No era solamente un problema humano, de trabajo, sino que una de las cosas que tiene el Prado de excepcional, y que a lo mejor algún día lo pierde y que sería por ello dramático, es que ese cuerpo de celadores no lo hay en el mundo, ni si quiera lo había en mi época. Hay historiadores del arte, gente con carrera, son verdaderamente excepcionales, gente de una gran categoría. Creo que eso es patrimonio del Museo y sentiría mucho que por razones de presupuestos, de estrategias empresariales, se perdiera porque creo que forma parte del ADN del Museo.
Director del Museo del Prado desde 1993 hasta 1994, fue miembro fundador y patrono del Consejo de la Fundación Amigos Museo del Prado. Asimismo fue catedrático de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, comisario de varias exposiciones y crítico de arte.
Entrevista realizada el 04 de octubre de 2018