Entre las personas importantes que han pasado por la cafetería, te puedo señalar a Rafael Alberti, que de verdad fue maravilloso, una persona muy agradable. Cuando bajaba a tomar café, se sentaba en la mesa y me hacía una señal para que fuera yo a atenderle. No sé por qué. Pedía café si bajaba temprano por la mañana, o una cerveza si bajaba más tarde. Llegaba, se sentaba en la mesa y yo le servía lo que me pedía. Luego se ponía con sus cuadernos, unas veces pintaba, otras veces escribía. En el momento que subí a salas, él había perdido el contacto conmigo. Cuando me vio por primera vez en sala fue de casualidad, me dijo que había venido más veces a la cafetería y había estado buscándome. Y dijo: “Cuando vuelva a venir, preguntaré por usted”. Y cada vez que venía preguntaba en la puerta por mi nombre: “¿En qué sala está Conchi Montero?”. Le decían la sala en la que estaba y venía a verme. Como teníamos que estar vigilando los cuadros, pues alguna vez se paseaba conmigo y me decía: “Qué trabajo más bonito, Conchi”. Yo le decía que estaba encantada en el Prado y me respondía: “Ya puedes estarlo, ya, porque esto es una joya”. A veces decía: “Fíjate, este cuadro en esa posición no se ve bien, deberían haberlo puesto mejor en otro sitio, porque aquí no le da la luz que debería de darle; pero si ellos lo han decidido, ellos son los entendidos”. Pero el comentario me lo hacía. “Ellos son los entendidos”, decía.
Alberti decía que le encantaba venir al Prado. “Para mí el Prado es parte de mi vida”, decía. Recuerdo que en uno de esos paseos le dije: “Don Rafael, no tengo un autógrafo suyo”. Y dijo: “¿Que no tienes un autógrafo mío? No te preocupes, que ahora te lo hago”. Dimos otra vuelta en la sala y vi que se retiraba a un banco. Se puso a dibujar, igual que otras veces que se ponía a hacer cosas. Al rato me llamó y me había dibujado la paloma en color. Me quedé pasmada. Y dijo: “Para que tengas un recuerdo mío”. Me lo dedicó y puso: “Para Conchi Montero, de parte de Rafael Alberti, Museo del Prado”, y creo que escribió “1983”. Pasaron dos o tres años y sin yo decirle nada, porque ya me había dado uno, me vino con el dibujo del gallo. Creo que fue en 1985 cuando me pintó también el gallo. Los tengo en mi casa enmarcados como dos tesoros.
Comienza a trabajar en el Museo como camarera, para pasar posteriormente a vigilante de sala, con alguna breve temporada en taquillas.
Entrevista realizada el 23 de mayo de 2018