Cuando uno lleva 40 años en una institución que ya considera como si fuera su casa y te vas, dices: “Ahí he dejado toda mi vida”. Hay quien está implicado y entiende que es un museo que hay que conservar y mantener, porque lleva 200 años y hay que intentar que tenga otros 200 años más, para que las próximas generaciones lo disfruten. Hay quien viene y ve esto como un trabajo en el que le da igual que el Museo se mantenga o no. Hay que cuidarlo e intentar que a las personas que estén aquí se les atienda sus necesidades también. Creo que no es un sitio donde puedas tener a personal que esté mosqueado por estar aquí trabajando. No se debería dejar que las empresas entren aquí como subcontrata, no por el personal sino por lo mal pagadas que están. Porque cuando conocí el Prado era un servicio, un trabajo que formaba parte de ti, era parte de tu vida, te ibas y te llevabas los problemas a casa. Pensabas: “Mañana tengo que resolver esto”; “se ha quedado pendiente esto otro; pues es un problema"; “tengo que llamar porque no es normal y puede que pase esto otro...”. Y eso lo has vivido, te han llamado a casa y has respondido. Me da la sensación de que eso ahora no existe, aunque quizá sea lo normal, pero yo he vivido otra cosa. A mí me lo siguen achacando desde casa. Todo eso te recuerda que has vivido mucho en este Museo.
Comienza trabajando en el Museo como ascensorista, y desde 1988 ejerce de electricista.
Entrevista realizada el 28 de noviembre de 2017