Mariano Fortuny fue el artista español más cosmopolita del siglo XIX. A lo largo de su vida vivió en diversos países y ciudades, lo que influyó en su personalidad, rica en identidades y experiencias. Los lugares donde residió pueden dividirse en dos bloques: Roma, Madrid y París, grandes capitales de arte; y Marruecos, Granada y Portici, fuentes de inspiración para el aspecto más exótico, creativo e intenso de su obra.
Mariano Fortuny nació en Reus (Tarragona) en 1838, en el seno de una familia de tradición artesanal. A los seis años quedó huérfano y fue criado por su abuelo, carpintero y escultor, en cuyo taller Fortuny aprendió la importancia de la destreza manual y técnica. Desde muy joven mostró buenas dotes para la pintura y a los once años comenzó a recibir lecciones en la escuela municipal de arte de Reus.
Fortuny se trasladó a Barcelona con su abuelo, quien consideraba la metrópoli catalana imprescindible para la educación artística de su nieto. Ingresó en 1853 en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, donde recibió una formación versátil con profesores como Claudio Lorenzale, Pablo Milá y Luis Rigalt. Con un estilo basado en un dibujo rígido y temas de historia, ganó un premio en 1857 por el que la Diputación de Barcelona le otorgaba una pensión para formarse en Roma.
Fortuny llegó a Roma a finales de 1857. Frecuentó la Academia Chigi donde practicó el estudio anatómico del natural y la técnica de la acuarela. También se interesó por el paisaje y los tipos populares de los alrededores de la ciudad. Allí fijó su residencia en 1862, pero vivió de manera intermitente entre España e Italia. En Roma pintó la Batalla de Tetuán y asistió a lecciones en la Academia de Bellas Artes de Francia, en Villa Médicis. Tras su etapa granadina, en 1873, volvió a establecerse en la capital italiana pero, a pesar de ser una de las personalidades más influyentes del momento, su carácter se volvió melancólico. Un año más tarde, en esta misma ciudad fallecería inesperadamente por una úlcera de estómago.
En 1860 Fortuny fue enviado a Marruecos por la Diputación de Barcelona para realizar la decoración del Salón de Sesiones con temas de la guerra hispano-marroquí. El norte de África modificó su forma de observar y pintar, pues quedó fascinado por la luz meridional de Tetuán, su paisaje y el exotismo de sus gentes. En 1862 volvió a Marruecos para documentar los cuadros bélicos del primer viaje. En esta ocasión, Fortuny se centró en el costumbrismo; sus óleos, acuarelas y dibujos ofrecían la versión más tradicional y pintoresca de la vida marroquí.
Al volver de Marruecos, en 1860, Fortuny pasó por Madrid, pudiendo frecuentar el Museo del Prado y conocer a su director y futuro suegro: Federico de Madrazo. En 1866 volvió a la capital española para exponer sus obras en el estudio de Francisco Sans Cabot donde ambientó Fantasía sobre Fausto. Fortuny contrajo matrimonio con Cecilia de Madrazo en noviembre de 1867, trasladando su residencia momentáneamente a Madrid. Estudió y copió a los grandes maestros del Prado, como Tiziano, El Greco, Ribera, Velázquez y, especialmente, Goya, de quien coleccionó numerosos dibujos y grabados, influyendo éstos en sus aguafuertes.
En su primera visita a París, en 1860, Fortuny conoció a su amigo, el pintor Martín Rico; en la segunda, en 1866, firmó un contrato con el marchante Adolphe Goupil que lo llevó a triunfar en el mercado internacional. Fortuny alcanzó la fama con escenas de género que satisfacían los deseos de una burguesía que buscaba mostrar un estatus social y económico elevado. Ambientadas en el siglo XVIII, con motivos españoles o, sobre todo, de temas árabes, Fortuny introdujo en estas escenas numerosos elementos decorativos. En 1874, cansado de esos encargos que contenían su expresión artística, decidió anular el contrato con Goupil; desgraciadamente, seis meses después moriría.
De 1870 a 1872 Fortuny vivió en Granada junto a su familia y acompañado por su amigo Martín Rico. Granada supuso un hito en su evolución. Fortuny quedó fascinado por sus construcciones y paisajes, su luz y su carácter pintoresco. Pasó gran tiempo en la Alhambra, atraído por su arquitectura y la riqueza cromática de sus azulejos y estucos. Buscando la máxima belleza, trabajaba en el taller a partir de dibujos al natural, cuya frescura Fortuny conseguía plasmar en la obra final. En Granada se impulsó su afán coleccionista, especialmente por antigüedades y documentos relacionados con el arte nazarí.
La estancia en Portici fue breve pero fructífera. Fortuny alquiló una villa en esta localidad napolitana para pasar el verano, de junio a octubre de 1874. Portici supuso la culminación de la pintura al natural, aprovechando el paisaje y el mar napolitanos, y de su faceta de coleccionista, pues el artista adquirió numerosos objetos japoneses como biombos, vajillas o jarrones. Su pintura tomó dos orientaciones: una más “impresionista”, donde el artista fue sensible a los cambios de luz y color; y otra más “oriental”, de luz plana, riqueza cromática y preciosismo.