Anne Sawbridge
1767 - 1770. Óleo sobre lienzo, 124 x 100 cmNo expuesto
Magnífico retrato de dama, propio de los últimos años de la vida del artista. El modelo es una mujer joven, de facciones dulces y serenas, con una expresión levemente ensoñadora; aparece de más de medio cuerpo, mostrada de frente mirando directamente al espectador con la cabeza ligeramente inclinada, mientras se apoya sobre un alto y moldurado pedestal que sirve de base a un jarrón de jardín. Se recoge con delicadeza la falda a fin de crear un complicado y, aparentemente descuidado, juego de pliegues que resta uniformidad a las telas del atavío. Su atuendo lo componen un amplio vestido en forma de túnica, de aire vagamente clásico, en tonos blancos que varían de acuerdo con la incidencia de la luz sobre el tejido; las mangas afirmadas sobre los hombros se ensanchan hasta abajo del codo, recogiéndose hacia atrás cada una por medio de sendos broches preciosos, semiocultos por los plegados. El ropaje se cruza sobre el pecho, dejando abierto un amplio escote del que sobresale una pequeña muestra de encaje y queda cerrado bajo los senos mediante una faja azul brillante bordada en oro. La ambientación se ofrece en el exterior de un parque, quedando enmarcado el personaje por el vaso pétreo antedicho y, a su derecha, por un grueso tronco del que sobresalen ramajes tratados sumariamente. La figura se recorta sobre un fondo nuboso con efecto de luz de atardecer, lo que da lugar a una acusada atmósfera de índole nostálgica, característicamente prerromántica.
En lo que concierne a la identificación, puede tratarse de Anne Sawbridge, hija de Sir Willian Stephenson, Kt. Se casó en junio de 1766 con John Sawbridge of Olantigh, Kent, viudo de un primer matrimonio; era alderman (teniente de alcalde) de Londres y más tarde, en 1775, llegó a ser lord mayor (alcalde) de la misma ciudad. La señora Sawbridge murió el 30 de septiembre de 1805, por lo que cabe pensar, de acuerdo con la edad que representa en el retrato, pintado tal vez poco después de la boda, que nacería en la década de los cuarenta y que falleciera pasada la sesentena.
La calidad del cuadro es sorprendente: si por técnica se aproxima extraordinariamente a las piezas que, por entonces, ejecutaba Reynolds -retrato de aire clásico en "gran estilo", elegancia en la actitud, sensación de reposo y serenidad-, su aire tierno y melancólico le alejan de ese nervio y energía contenida que con frecuencia reflejan las imágenes del genial maestro. Desde luego, su exquisito refinamiento y el alto contenido poético que dimana, aparte de sus aciertos estéticos, sitúan esta efigie en una posición que nada tiene que envidiar a las más reputadas que realizaban los pintores distinguidos del momento.
Se trata de una obra de plena madurez, perteneciente a aquellos años en los que Cotes no solamente revela una maestría especial, sino también, fundamentalmente, una penetración psicológica en el espíritu del modelo, que, sin alcanzar la hondura de otros pintores, cuando menos le destaca como un artista excelentemente dotado.
Museo del Prado, Últimas adquisiciones: 1982-1995, Madrid, Museo del Prado, 1995, p.94