El poeta Manuel José Quintana
1806. Óleo sobre lienzo, 66 x 50,5 cmNo expuesto
No son muchos los retratos conocidos que salieron de los pinceles de Ribelles, autor consagrado por lo general a la pintura decorativa e ilustrativa y con esporádicas incursiones en los temas de paisaje, género e historia. La efigie refleja la maestría y magníficas dotes del pintor valenciano para captar los rasgos del modelo, habilidad no siempre bien aprovechada ni resaltada. Es de suponer que, dedicado Ribelles a la escenografía y a la decoración teatral, entrara en contacto con el escritor. Sería, bien a raíz del nombramiento de Manuel José Quintana como censor de teatros, con motivo del proyecto de presentación de su famoso Pelayo -tragedia estrenada, en Madrid, en el Teatro de los Caños del Peral- o por causa del encargo de la realización de los dibujos que habrían de servir para grabar las efigies de sus Vidas de los españoles célebres, publicación que supuso la consagración definitiva del escritor. El autor aprendió a pintar con su padre, José Ribelles, quien le enseñó los rudimentos de las artes. Posteriormente fue alumno de la Academia de San Carlos de Valencia, en la que recibió un premio, así como de la Real Academia de San Fernando de Madrid, en la que también fue galardonado en 1779, siendo nombrado miembro de mérito de la misma en 1818. A la hora de llevar al lienzo su modelo, Ribelles escogió una fórmula sencilla y directa que le obliga a aparecer tratado de algo menos de medio cuerpo, con el brazo en primer término apoyado sobre el respaldo de una silla. Viste casaca de cuello alto y luce corbata de encaje blanco. Siendo Quintana de rostro alargado, así como pelo lacio y ralo, concentra toda su expresión en un gesto tierno, de mirada penetrante, resolviendo abocetadamente el resto del retrato. Los cabellos caen sobre la frente según la moda de comienzos del siglo XIX. Una leve luminosidad aparece detrás de la imagen perfilándola y diferenciándola del fondo neutro, sobre el cual se recorta con habilidad. El refinamiento calculado de la técnica seguida, el toque de pincel tan atinado como mórbido y la ligereza de la atmósfera que envuelve al modelo, constituyen una clara referencia al estilo del Esteve más exquisito e incluso a formulaciones características de Goya. Al poeta se le estima como una de las figuras fundamentales de la lírica española en la transición del siglo XVIII al XIX. Estudió en la Universidad de Salamanca, donde fue discípulo de Meléndez Valdés. Comenzó a escribir obras a los dieciséis años, logró su primer éxito con la célebre oda Al combate de Trafalgar y después con Poesías patrióticas, dirigió publicaciones, fue constitucionalista -lo que le valió unos años de cárcel- y acabó ocupando cargos públicos de gran importancia. Fue designado ayo de Isabel II (1833-1868) y perteneció al Estamento de Próceres del Reino. Zorrilla está considerado discípulo suyo y, finalmente, la propia soberana le coronó públicamente, en el transcurso de una gran ceremonia oficial, como poeta ilustre, en 1855, poco tiempo antes de morir. El cuadro, en opinión de Rodríguez Moñino, se pintó en 1806. Realizado cuando Quintana tenía treinta y cuatro años, es la única iconografía de juventud que del poeta se conoce, a pesar de ser uno de los escritores más retratados del siglo XIX, merced a su reconocido y admirado talento por la sociedad de su tiempo, al margen de cualquier inclinación política o literaria. Hasta 1880 fue propiedad de los sobrinos del poeta, Manuel José Quintana, cónsul de el rey Alfonso XII en Liorna, y Teresa Gómez y Rivas de Quintana, quienes lo entregaron al Museo del Prado.
Luna, J. J., El poeta Manuel José Quintana (1806). En: Barón, J.: El retrato español en el Prado. De Goya a Sorolla, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2007, p.70, n. 7