El primer pantalón
1897. Óleo sobre lienzo, 180 x 140 cm. Depósito en otra instituciónEl pintor realista, al igual que el escritor, aspiró a convertirse en un descriptor neutral del entorno que conocía por propia experiencia, donde las realidades humanas más banales, al elevarse a la categoría de artísticas, alcanzaban el emotivo valor de lo verdadero. El pequeño embeleso que en una madre produce el cumplimiento de la tarea para la que ha sido destinada en la familia de su tiempo –cuidar y vestir a sus hijos- y la curiosa extrañeza que en el chaval suscita la impresión de vestirse como una persona mayor constituye el argumento, acusadamente literario, de este cuadro. El pintor pone especial énfasis no sólo en la caracterización de los personajes sino en la descripción precisa del ambiente en el que viven, hasta el punto de representar con cierto detalle tanto el espacio en el que se encuentran como otros lugares anejos: la puerta entreabierta de la cocina deja ver algunos útiles, cuya limpieza y humildad suscita un cierto respeto innato en el espectador, como si la forma de ser y de vida de esa familia se hiciese visible en su entorno, en un juego de correspondencias de gran expresividad. Incluso la ejecución escueta, sin excesivos alardes técnicos, pero no exenta de dignidad, proporciona un extraño respeto a la escena, derivado de la ausencia de retórica y sustentado en una delicada verdad.
El ámbito donde madre e hijos se sitúan parece un lugar de tránsito, con las sencillas baldosas decoradas con dibujos geométricos, donde unos pocos objetos ponen de relieve esa casualidad que sugiere intimismo, la sonaja que se le acaba de caer al bebé que está en su sillita o el caballo de cartón que, en escorzo, a la derecha, cierra la composición, y sobre todo, la máquina de coser, colocada bajo la ventana de cristales emplomados, que da a un patio de luces. Pero es, ante todo, en su conjunto, un entorno femenino, el espacio de la costura y el espacio de la comida, tareas femeninas por excelencia en la estructura familia de aquel tiempo. La máquina de coser, que se había comenzado a introducir en los hogares españoles poco antes de la fecha en que el pintor lleva a cabo su cuadro, constituye un elemento fundamental para la comprensión de las actividades maternas en el ámbito casero de entonces. Dentro de los valores de laboriosidad y ahorro que la enseñanza oficial de la época trató de inculcar en las familias, ocuparon un papel fundamental los esfuerzos por configurar el papel utilitario de la mujer en su seno: Melchor Salvá, en un ensayo publicado en 1872, admira a las mujeres que bordan, cortan y trabajan, auxiliadas por la máquina de coser, artificioso mecanismo que las ha libertado de la porción más material y monótono de sus minuciosas tareas. En ese sentido, constituyó una preocupación constante facilitar el acceso a este instrumento a las mujeres más humildes, que debían alcanzar destreza en su manejo, pues sí ahorra los gastos de una costurera o modista [y] proporciona economía en el aprovechamiento de las telas, según dice un opúsculo de 1886.
La confluencia de líneas diagonales –las paredes laterales forman un ángulo en el que convergen también las líneas del pavimento- contribuyen a configurar un espacio concentrado, donde las miradas parecen dirigirse hacia el niño, punto focal y temático de la composición. Este carácter centrípeto de las líneas de fuerza produce una sensación oclusiva, lo que invita a sentir la pintura como un espacio emocional más que como la descripción de una anécdota pintoresca (Texto extractado de Portús, J., en: Ternura y Melodrama. Pintura de escenas familiares en tiempos de Sorolla, Conselleria de Educacio y Cultura, 2003, p. 182).