El Tacto
1632. Óleo sobre lienzo, 125 x 98 cmSala 008
Un hombre ciego, que viste pobremente y se destaca sobre un fondo oscuro, palpa con sus manos un busto de escultura situado sobre una mesa, en la que también aparece un fragmento de pintura que representa otra cabeza. La obra está firmada por José de Ribera en 1632, pero si careciera de esa firma, nadie dudaría en relacionarla con ese pintor, pues tanto su estilo como su tema son prototípicamente riberescos. El personaje responde a una tipología habitual en el pintor, al igual que la escritura pictórica tan morosa, el predominio de los tonos tierra o el uso de fuertes contrastes entre luces y sombras, que sirve para destacar las partes más importantes desde el punto de vista expresivo o narrativo, y para crear un denso clima emotivo.
Con esos elementos, Ribera construyó una imagen que pertenece a uno de los repertorios temáticos que cultivó con mayor asiduidad, que más le singularizan y que contribuyeron de manera notable a difundir su fama por toda Europa. Se trata del formado por figuras alegóricas y representaciones de filósofos, que aparecen desde sus etapas más tempranas, en la segunda década del siglo, y se repiten hasta finales de la década de 1630.
Durante los siglos XVII y XVIII, esta obra colgaba en una sala de El Escorial dedicada a exponer filósofos del pintor levantino. Allí se identificaba como el ciego de Gambazo, famoso en la escultura. El Ciego de Gambassi era, efectivamente, un escultor ciego llamado Francesco Gonnelli, que nació en 1603 y murió en 1664. La edad que aparenta el personaje de Ribera invalida (como ya advirtiera Trapier) esa hipótesis. La clave para identificar al personaje la proporciona una temprana serie de pinturas de Ribera dedicada a los Sentidos, que data de hacia 1615. El que representa el Tacto (Pasadena, The Norton Simon Foundation) muestra a un ciego palpando un busto. Sobre la mesa, de nuevo, aparece una pintura con la representación de una cabeza.
Entre 1615 y 1632 Ribera había avanzado en una dirección de mayor dramatismo, y había afinado sus instrumentos para describir de manera veraz las emociones. Las dos zonas más claras y más intensamente iluminadas son también los dos focos expresivos, que se sitúan en los extremos superior e inferior del eje central del cuadro. Arriba, el ciego que, si bien no puede percibir la luz, muestra que siente a través de la frente, la nariz o los párpados cerrados, todos los cuales se encuentran en una sutilísima y extraordinaria actitud de reflexión y atención, y recogen las sensaciones que transmiten las manos que palpan detenidamente un busto, también más claro e iluminado que el resto del cuadro. Con ello se subraya lo que la sensación y la identificación tienen de cosa mental. Ribera es un pintor que en ocasiones gusta de las paradojas, y en este caso se permite una, al confrontar el cuerpo arrugado, anciano y lleno de experiencia del ciego con el busto terso, joven e inanimado de la estatua. Llevando un paso más ese juego paradójico, el artista, colocando un cuadro sobre la mesa, hace alusión velada a uno de los temas fundamentales de la teoría del arte de la época: el parangón entre la pintura (que es bidimensional) y la escultura, que es tridimensional y puede ser comprendida no sólo a través del sentido de la vista sino también mediante el tacto.
Payne, John, Jusepe de Ribera 'Allegory of touch' En:. Italian masterpieces from Spain's royal court, Museo del Prado, National Gallery of Victoria Thames & Hudson, 2014, p.140