Isabel II, velada
1855. Mármol de Carrara, 96,5 x 57 cmSala 061
El gusto por el virtuosismo técnico ha sido habitual en todas las épocas y una manera de acercarse a los comitentes para hacerse valer, en algunos casos. En el siglo XIX, que había vuelto la vista a la Antigüedad y al mundo renacentista, esta práctica fue común, y en particular en Italia, en relación con las esculturas veladas, el dominio al esculpir fue máximo, heredando una tradición desarrollada ya en el siglo XVIII. De hecho en este caso, estamos ante un alarde técnico que el escultor italiano, especializado en retratos de busto, que realizó sobre todo en Florencia y Ferrara pero poco conocido en la Corte de Madrid, quiso hacer para impresionar a la reina y obtener así su reconocimiento. Tal fue el éxito que esta es la obra de referencia en todas las biografías del escultor.
El 2 de junio de 1855, el Director del Real Museo, junto al escultor de S. M., Francisco Elías, recibieron el encargo, por Real Orden, de valorar la obra. Una semana después se reiteró la petición de tasación diferenciando los gastos de creación artística, creación ornamental, transporte y embalaje a Elías, Piquer y al propio Torreggiani, quien contestó que no le correspondía a él "justipreciar un trabajo que dediqué a la Reyna de España" y que había hecho "con el solo objeto de merecer la aceptación y aprecio de S.M. primero, y después la de los dignos profesores de la Rl. Camara". El día 9 de junio de ese año hubo una respuesta referida al coste material, según informe del propio artista, quien señaló el precio de 51.640 reales de vellón. Finalmente se le pagaron 34.000 reales (28.000 como tasación de la obra, de los cuales 18000 fueron por el pedestal grande y plinto que el escultor llama pedestal pequeño, donde va el escudo y 10000 por el busto velado de la Reina. A ello se sumaron 6.000 por los desplazamientos), por un trabajo que le había llevado trece meses, lo que provocó quejas del escultor.
Es éste un busto ejemplar que rompía completamente con la tradición oficial. El escultor modeló un retrato de la reina, cuyo rostro aparece velado, enlazando con la tradición en la que se suele simbolizar, sobre todo, la imagen de la fe velada, la virtud, la religión e incluso la paz. Quizá el escultor en este caso quiso representar una alegoría de la reina como máxima garante de la virtud y de la fe en España, si bien lo que más le interesaba era demostrar su capacidad técnica. Aunque se han solido relacionar este tipo de imágenes con la iconografía de las vestales, es decir las sacerdotisas de la antigua Roma, en realidad no es una interpretación correcta, pues las vestales sólo llevaban un velo en la cabeza, no cubrían el rostro, y cuando habitualmente se habla de figuras veladas, nos referimos, fundamentalmente, al tocado en la cabeza. Las facciones totalmente veladas habitualmente sólo aparecen o bien en ejercicios de virtuosismo, o bien en imágenes relacionadas con el mundo funerario.
El busto de Isabel II se apoya en una peana de formato triangular con decoración vegetal que enmarca la inicial de la reina y el escudo de armas de España. El conjunto cuenta, además, con un alto pedestal de forma piramidal igualmente triangular que fue diseñado por el mismo escultor, indicándose en el inventario de 1857 que en este caso, el mármol es de segunda clase, puesto que su destino, en definitiva, es sólo el de servir de base. Está decorado con una labor a candelieri con figuras en los ángulos, y ornado en la parte inferior con castillos y leones que se completan con granadas en las esquinas, y de esta forma estaba expuesto en la galería norte de escultura, tal como se aprecia en las vistas estereoscópicas de 1865 de Jules Andriev, aunque años después se perdió esta referencia de conjunto y se modificó su forma de exposición.
Azcue Brea, Leticia, La escultura. Camillo Torreggiani. Isabel II velada. El siglo XIX en el Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2007, p.407-410 / lám.102