La carta del hijo ausente
1887. Óleo sobre lienzo, 320 x 207 cmDepósito en otra institución
Las relaciones epistolares fueron, a lo largo de todo el siglo XIX, una constante que definió y moldeó las relaciones entre miembros separados de una misma familia. El mundo de la correspondencia fue, sin duda, muy favorecido por los pinceles, abundando los asuntos de lectura de misivas y esta obra es prueba de ello.
La pintura está firmada en Roma durante una estancia del artista en aquella ciudad. Por ello está perceptiblemente matizado el origen extranjero de la familia representada, como así notó la crítica del momento. La transmisión de noticias privadas por escrito, por otro lado la única posible en aquellos tiempos para distancias considerables, no era privativa de grupos especialmente aficionados y conocedores de las letras, aunque sus resultados sean hoy mucho más literarios y atractivos para nosotros.
Esta obra está ambientada en un modestísimo interior rural italiano, y en él figura la familia al completo frente a una chimenea y con los padres acomodados cada uno en una silla y sosteniendo a uno de sus hijos; el varón está con el padre y la niña, de muy pocos años de edad, con su madre, en un orden de género perfectamente acomodado a la educación que cada uno habría de recibir. Tras ellos en un tercer plano, se encuentran otras dos muchachas, seguramente hijas o tal vez criadas, que parecen prescindibles en la composición. Mientras el niño lee la carta, su padre le sostiene cariñosamente, pasándole tibiamente el brazo por la espalda, y con la mano derecha aprieta el sobre de la misiva del ausente, que a todas vistas debe ser su hijo mayor. Toda la familia presta gran atención a las palabras del muchacho, menos la más pequeña que trata de llamar la atención sobre un gato, que se encuentra al fondo de la habitación. Es muy común en la obra de Peña la atención por elementos episódicos de la narración que, como ese, pervierten el carácter pretendidamente naturalista de la escena. La composición, en la que cada miembro ocupa un puesto simbólico en el espacio, recuerda los retratos fotográficos de grupo tomados en estudio, que son fiel reflejo del deseo de representación del grupo familiar, aun en ámbitos tan extraños a lo del burgués como es la campiña italiana en la que se ambienta esta obra (Texto extractado de G. Navarro, C.: "La carta del hijo ausente", Ternura y melodrama. Pintura de escenas familiares en tiempos de Sorolla. Conselleria de Educacio y Cultura, 2003, pp. 266-268).
Participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887 (n. 614) en la que obtuvo la 3a medalla.