La muerte de Francisco Pizarro
1877. Óleo sobre lienzo, 151 x 201 cmDepósito en otra institución
La pintura representa la muerte de Francisco Pizarro, que yace moribundo, a la izquierda de la composición, mientras sus oficiales forman un grupo compacto de altivos caballeros, a la derecha que se pierde por el fondo. En las Vidas de españoles célebres de Quintana se cuenta la muerte del conquistador de manos de sus propios oficiales, envidiosos por el poder: «Al fin, Juan de Rada, dando un empeñón a su compañero Narváez, que estaba delantero, le echó encima de Pizarro para que él y los suyos, embarazados en herirle, no estorbasen tanto la entrada de los demás. Así pudieron ganar la puerta, y ya entonces la suerte del combate no podía permanecer incierta por más tiempo. Cayó muerto Martínez de Alcántara; muertos fueron también los dos pajes y derribado a tierra gravemente herido Don Gómez. Él pudo defenderse algunos momentos más; pero desangrado, fatigado sin aliento, apenas podía ya revolver la espada y una grande herida que recibió en la garganta le hizo venir en fin al suelo. Respiraba aún y pedía confesión, cuando uno de ellos, que a la sazón tenía una alcarraza de agua en las manos, le dio con ella fuertemente en la cabeza, y a la violencia aquel golpe inhonesto acabó de rendir el alma del conquistador del Perú».
El pintor que fue premiado con una medalla de tercera clase en la Exposición Nacional de 1878, cuando el cuadro se dio a conocer, demuestra un excelente dominio técnico, con un cuidado primoroso en el acabado de las telas y metales de las armaduras, así como de los gestos. Compositivamente sigue el modelo impuesto por el cuadro de Paul Delaroche Asesinato del duque de Guisa (Musée Condé, Chantilly), que es un referente muy común entre los pintores de historia españoles de la segunda mitad del siglo XIX, de manera que desplaza la tensión argumental hacia los extremos del lienzo, lo que le permite escapar de las visiones centrales de la tradición renacentista.
La crítica de la época se mostró desigual a la enjuiciar la pintura. Jacinto Octavio Picón, en El Imparcial, reconoció precisamente la poca originalidad de la composición, si bien apreció una «ejecución buena donde el natural ha presidido el trabajo, como las figuras del soldado que viste coleto amarillo…amanerada e incorrecta donde se ha prescindido del color».
La pintura fue seleccionada para formar parte de las exhibidas en la sección española en la Exposición universal de París de 1878, donde fue admirada por sus sentido trágico y efecto imponente. Se reconoció que estaba «bien compuesta» y el aspecto resultaba «sobrecogedor» (Lamarre, C. y Louis-Lande, L., 1878).
Los pintores españoles del siglo XIX abordaron en varias ocasiones la representación de Pizarro, en distintos momentos de su existencia. El mismo que eligió Ramírez fue el que José Laguna Pérez presentó a la Exposición Nacional de 1887 con el título Pizarro Muerto por sus compañeros. Todos ellos tienen en general, un acusado sentido dramático, asociado al interés que los temas pesimistas suscitan en el gusto finisecular. La visión que ofrecen las pinturas alude, más bien, a la injusticia que se cometió con el héroe –que, de algún modo, trata de repararse- antes que a una simple exaltación imperialista de su memoria. (Texto extractado de Reyero, C.: Carlos V: la naútica y la navegación.Sociedad Estatal para la Commemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V , 2000; pp. 108-109)