Naufragos llegando a la costa
1793 - 1800. Óleo sobre lienzo, 56 x 80 cmNo expuesto
El lienzo presenta una escena relativamente habitual en la temática paisajística dieciochesca de la segunda mitad de la centuria, incluyendo al propio Goya, que también cultivó en ocasiones los asuntos catastróficos. Se trata del salvamento de unos náufragos que están siendo rescatados de los restos de un navío, estrellado contra unos arrecifes costeros.
La anécdota, descrita con excelente sentido para la narrativa a través de la pintura, es un reflejo de los temas puestos de moda por Claude-Joseph Vernet, que muestran desastres marítimos en los que se combina el ambiente novelesco de la lucha por la supervivencia con los relatos de aventuras más frecuentes; recuérdese a tal efecto la fama de Pablo y Virginia y la popularidad de otras obras contemporáneas.
Para lograr su propósito, el artista acumula imponentes farallones rocosos, mástiles quebrados, oleaje destructor, cielos encapotados y figurillas gesticulantes que expresan el terror y la desesperación por medio de actitudes más o menos teatrales y repetitivas, de acuerdo con el genio del pintor, la rutina de la ejecución y la demanda de encargos de este tipo. Contrariamente a lo que pudiera pensarse a la vista de una pintura de este tipo, no puede decirse que Pillement haya sido un artista dedicado a representaciones tan espectaculares y prerrománticas; su espíritu estético -tal y como se aprecia en una rápida ojeada a su extensísima producción- discurrió por otros cauces no menos brillantes de ejecutoria, pero más amantes del sosiego y la contemplación serena de la naturaleza.
Esta pieza, que podría pasar por ser una obra corriente, reviste especial importancia debido a varios motivos de diversa índole. En primer lugar carece de firma y fecha; la indicación de que fue ejecutada la obra en Pezenas nos habla de una etapa tardía en la vida del pintor, cuando después de haber recorrido Europa con los lápices en la mano tomando numerosos apuntes y detalles en sus cuadernos de viaje y haber puesto sus pinceles al servicio de monarcas, aristócratas y burgueses, decide recogerse sobre sí mismo en esa pequeña localidad del sur de Francia.
Se relaciona lejanamente con un importante encargo recibido en Portugal por cuenta española que debió sin duda causarle una honda impresión personal y, como aquí se advierte, estética. Al reflejar el hundimiento del navío San Pedro de Alcántara y luego el rescate de los tesoros que transportaba, en dos cuadros, hoy en una colección madrileña, hubo de viajar hasta las rocas de Peniche, cercanas a Lisboa, donde había tenido lugar la catástrofe. De aquel trabajo tan preciso queda amplia información y se tienen noticias del cuidado que puso en llevarlo a cabo. Acerca de todo ello tomó buena nota y cuando tal vez años después recibiera de los comitentes la petición de imaginar tempestades y naufragios, la evocación de aquellos excelentes lienzos, bien le vendría a la memoria, bien extraería sus datos de los dibujos que a no dudar realizó con tal motivo previamente y guardó luego para sí (Texto extractado de Luna, J. J.: Pintura europea del siglo XVIII. Guía, Museo del Prado, 1997, pp. 116-117).