Paisaje con cazador y perro
1866. Óleo sobre lienzo, 102 x 78 cmDepósito en otra institución
Obra que refleja esta especie de negación de la profundidad, que impide atravesar visualmente el plano del cuadro, siendo consecuencia de la aproximación entre objeto y pintura que acompaña al realismo: a diferencia de los paisajes abiertos, domina la realidad inmediata, que subraya la importancia de la materia pictórica, frente a la ilusión de la tridimensionalidad. Es muy significativa la crítica de este cuadro, con motivo de su exhibición en la Exposición Nacional de 1867: Con coger una escopeta, cargarla de pintura y dispararla contra un lienzo a treinta pasos, se ahorraba el pintor dos meses de trabajo, y tenía hecho su cuadro en cinco minutos. Aquello es una perdigonada verde y nada más. Aunque el comentario resulta frívolo, insinúa un temprano conflicto entre el impulso de la creación y el lienzo como límite infranqueable, que parece un antecedente del action painting. En todo caso, los paisajes de Arment no se abren a la claridad de un espacio, sino que son barreras oscuras, que reivindican el primer plano ("Martí Alsina y el realismo que viene de París 1860-1880" en: Del realismo al impresionismo, Fundación Amigos Museo del Prado, 2014, p. 46).