En este lienzo, de formato apaisado, el pintor ha dispuesto, en primer término, árboles de troncos torcidos, cuyas hojas, particularmente definidas, contrastan con la luminosidad del último plano. Las montañas de la lejanía y las formaciones rocosas, casi fantásticas, a la derecha, sirven de cierre a la composición en profundidad, y el castillo situado sobre un montículo, no está exento de un aire romántico. Las pequeñas figuras humanas y el ganado constituyen los detalles anecdóticos de la escena, en la que la riqueza de contrastes de luces y de sombras, especialmente en los elementoss de los primeros términos dispuestos a contraluz, y la variedad de planos que se entrecruzan contribuyen a crear dinamismo, dramatismo y agitación a la composición, haciendo parecer que la naturaleza está viva y en ebullición. También contribuye a lograr este efecto de movimiento la técnica blanda y fluida utilizada por el pintor (Texto extractado de Orihuela, M.: Pintores del reinado de Carlos II, 1996, p. 94).