Autorretrato
Hacia 1856. Óleo sobre lienzo, 92 x 73,5 cm. No expuestoEsta obra presenta, por su iconografía, uno de los autorretratos románticos más interesantes de las colecciones del Prado. Haciendo un uso efectista del trampantojo, Carlos María Esquivel resuelve inmortalizar su propia imagen con la fórmula del cuadro dentro del cuadro, mostrando su efigie pintada en un retrato ovalado, convenientemente enmarcado, situado sobre una repisa. Ante él, descansan diversos símbolos de la teoría y práctica de las artes, pudiéndose ver una paleta con sus pinceles sobre el Tratado de Anatomía escrito por su padre, que conserva también el Prado (ver Biblioteca digital; Manuscritos), y abierto por una de las láminas que ilustra los huesos de la pierna. A su lado, un vaciado en yeso de un torso femenino, junto con varios pergaminos, un tintero y otros libros, completan el simbólico bodegón que acompaña el cuadro. Fechable por su estilo y edad hacia 1856, año en que este autorretrato figuró en la primera Exposición Nacional de Bellas Artes, en él aparece el joven Esquivel a los 26 años, con perilla y bigote como su padre. Luce larga cabellera y viste levita de terciopelo y corbata de gran lazo anudado al cuello, en la más genuina tradición romántica, de moda ya algo trasnochada por esos años.
La lectura de este autorretrato aporta claves para el estudio del género, de la consideración y autoestima del artista, así como de sus habilidades puramente pictóricas. En efecto, en esta ocasión Carlos María Esquivel retoma en líneas generales la fórmula utilizada por Murillo, ideal supremo para todos los pintores románticos sevillanos, en su famoso Autorretrato (Londres, National Gallery), donde también se efigia en un cuadro fingido de marco ovalado, acompañado de los instrumentos de su profesión. Por otra parte, este lienzo testimonia espléndidamente las especiales facultades que este artista demostró en el género del bodegón y, muy particularmente del retrato, en el que, además de éste, destaca el Retrato de la esposa del pintor (P4295), firmado en 1861.
En este autorretrato puede advertirse claramente la deuda que mantiene el estilo de Carlos María Esquivel con el de su padre, teñido sin embargo de una mayor nitidez en el dibujo y el modelado de las figuras, a través de suavísimas esfumaturas, así como de un mayor refinamiento y brillantez del colorido, huellas todas ellas del purismo tardorromántico de raíz francesa en que se formó el artista (Texto extractado de Díez, J. L.: Artistas pintados. Retratos de pintores y escultores del siglo XIX en el Museo del Prado, Museo del Prado, 1997, p. 84).