Diana en el baño
1858. Óleo sobre lienzo, 76 x 100 cmDepósito en otra institución
El motivo elegido permite al pintor representar en un paisaje ficticio una gran variedad de desnudos en diferentes actitudes. La figura de Diana aparece sobre una túnica azul con estrellas, alusivas a la Noche, y una corona de perlas con una luna en cuarto menguante, que simboliza a Selene, una de las advocaciones de Diana. Un ciervo, animal que le estaba consagrado, y dos perros junto a un carcaj con flechas, indican su condición de diosa a la caza.
En la pintura moderna fue muy frecuente su representación en el baño, rodeada de sus ninfas doncellas, todas ellas desnudas, protegidas por la espesura del bosque. El asunto propicia la introducción de diferentes vasos, como el dorado en el que las dos ninfas del fondo recogen el agua, y los dos del centro uno pequeño, seguramente un esenciero y el otro en forma de gran ánfora con una decoración de edículo.
Pintada durante su estancia como pensionado en Roma, las diferentes figuras atestiguan una inspiración ecléctica, tanto la en la estatuaria antigua -como la que está en pie, con una túnica rosa, inspirada en las Venus púdicas clásicas, o la que está agachada- como en los clasicistas italianos del siglo XVII y en Tiziano, citado éste, junto a Rubens como referencias por el crítico de "El Mundo Universal" cuando la obra se mostró en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1858. En su reseña, lo comparaba favorablemente con la otra obra de tema mitológico de la exposición, el "Prometeo" de Francisco Sans y Cabot, y destacaba las cualidades de la pintura y la capacidad de su autor para "haber sorprendido en el natural las formas mórbidas y redondeadas de la mujer". La obra reunía, según él "conocimiento del natural, buen dibujo, frescura en el color". Destacaba también lo agradable de la composición y la bondad del colorido, y señalaba defectos en la parte del paisaje. Por su parte, Luis G. del Valle, tras valorar también el "aspecto agradable" de la obra, especialmente del grupo de la derecha, criticó el amaneramiento del dibujo, y el excesivo dominio del azul y el verde en el fondo, que quitaban armonía al cuadro y le hacía parecer "una brillante acuarela de un boudoir".
Esta apariencia y la viveza del colorido están relacionadas con la formación miniaturista de Reigón que, por otra parte, le llevó a una mayor atención a las figuras, tratadas con delicadeza, en detrimento del paisaje, que resulta convencional y de factura apresurada. (Texto extractado de Barón, J. El vaso griego y sus destinos, 2004, pp. 371-372).